viernes, 14 de diciembre de 2012

EL VIAJAR ES UN PLACER


El viernes santo del año 1300, el gran poeta florentino, Dante Alighieri, a la edad de 35 años, emprendía el mítico y sorprendente viaje por el reino de ultratumba.
Él, el divino Dante, padre del “Dolce Stil Novo”, víctima del exilio y el desprecio de sus conciudadanos, se aventuraba en ese otro viaje que, en un  movimiento de descenso y ascenso, lo llevaría de la oscuridad del dolor a la luz de la redención.
Años más tarde, otro poeta no menos importante que Dante, padre de los infames programas televisivos para niños, que no gozó nunca ni de los exuberantes senos de Panam ni de las prodigiosas asentaderas de Flavia, nos iluminaría con su pluma y su voz enseñándonos, en un rapto de optimismo pelotudo, que “El viajar es un placer que nos suele suceder”
Dante murió en Ravenna lejos de su casa y su tierra, cumpliendo así los misteriosos designios de la providencia. A Pipo Pescador habría que haberlo matado para cumplir, en un acto de piedad, con la justicia, mitad humana, mitad divina, que nos invita y obliga a sacarnos de encima a aquellos boludos que, en pleno verano, andan con boina  tocando el acordeón y haciendo papelones en Carlos Paz.
Todos los viajes, de alguna u otra manera, nos cambian la vida. Algunos parten en busca de alguna epifanía reveladora del sentido último de sus existencias o tal vez, simplemente, del porqué del universo. Otros, menos altruistas y más pobres, viajamos en búsqueda de alguna miserable, triste, pobre y patética recompensa económica y en cumplimiento de nuestro santo deber, teniendo siempre presente en nuestro horizonte de vida, aquella máxima que reza: “Educar es servir a Dios y a la patria”.
¿Que lleva a que un grupo de adolescentes cool de San Isidro a elegir, en cambio de a un profesor canchero, buena onda, joven, rubio, rico y sexy, a este pelotudo (que por cierto, si es que era necesaria la aclaración, no solo no es canchero, sino que tampoco es buena onda, ni rubio, ni rico, ni sexy y además está pelado) para que los acompañe a su viaje de egresados a la ciudad de los estudiantes, el sexo, el alcohol, el descontrol y el Nahuelito?
¿Qué hace que un colegio prestigioso de zona norte en cambio de llevar a una persona capacitada para lidiar, amedrentar y reprimir a “los Indios Tacunaru”, jóvenes efervescentes en uso plenipotenciario de sus ganas de descontrolarse y de ponerla en cuanto agujero encuentran, lo lleven a este pobre, indefenso e inútil trabajador de la educación argentina que es incapaz de controlar sus gases cuando se encuentra en público y tiene el sí mas fácil que una puta con hambre?
¿Por qué desgraciada, inconsistente, ilógica e insípida razón dejé que me vendieran “EL PAQUETE” de Bariloche, paquete que, como en el juego del huevo podrido, se lo tiran al distraído y este, una vez que lo ve, huevo podrido es?
¿Por qué escuche “Viaje de Placer” allí en donde debería haber escuchado “Viaje para padecer”?
Si los viajes de placer  son aquellos que implican sexo, playa, contingente de jubilados y rock and roll, ¿por qué me subí a ese micro “llamado deseo” para ir a una ciudad en donde el rock and roll está en los boliches (locales nocturnos que por cierto no frecuento), los jubilados no van porque el frío les genera sabañones, la playa es solo para mirarla y el sexo lo tienen todos menos uno?
Sin haberme cuestionado nada de todo esto, salvo quién iba cuidar de mi heladera mientras no estuviera en Buenos Aires, me subí al micro y me sumé al la masa crítica que arengaba la marcha del transporte al canto de “Bariló Bariló, nos vamo’ a Bariló”. Así pude constatar que no estaba lo suficientemente viejo como para no poder mimetizarme entre la juventud enardecida pero si estaba lo suficientemente loco como para haberme sumado a semejante irresponsabilidad.
Por supuesto, todo empezó como debía ser: para el culo. Cuando a uno le dicen que va a pasarse un día arriba del micro lo primero que piensa es: pierdo tanto tiempo haciendo boludeces que, un día más, un día menos, no hace la diferencia. Amigos míos, un día ahí arriba ¡sí hace la diferencia! Cuando nos disponemos a abordar un micro de larga distancia le deberían pegar a uno un tiro en la frente para evitar el sufrimiento que está por llegar. Viajar 23 hs en esa mierda en movimiento en donde la única distracción posible es ver cuan lejos del inodoro llega el chorro de meo cuando la ruta hace una curva, causa el mismo dolor y la misma esterilidad que agarrarse los huevos con una morsa o imaginarse a Zulma Lobato cantándonos al oído “Extraños en la noche” mientras se encuentra enfundada en una sunga de leopardo.
Por suerte el lugar a donde uno va es un paraíso… un paraíso lleno de mosquitos, tábanos, compañeros de trabajo y PENDEJOS, MUCHOS PENDEJOS, rompiendo las pelotas a diestra y siniestra por el simple hecho de querer cagarle a uno la vida que el único mal que ha hecho ha sido comerse la crema de manos de la madre como si fuera dulce de frambuesa.
“La tierra sin mal”, según la mitología guaraní o, “La tierra prometida” según el imaginario semita, siempre puede estar un poquito mas lejos, y, para llegar, hay que cambiar 3 veces de micro teniendo en cuenta que, en cada cambio, esta incluído el equipaje de los 58 hijos de puta que estamos subidos al viaje de la muerte.
El sitio era… ¿rustico? ¿insano? Un hermoso camping a orillas del lago con mucha tierra y mucha naturaleza viva, 53 pendejos de entre 17 y 19 años que solo querían divertirse mientras uno solo deseaba matarse ; un baño comunitario que transformaba el acto de cagar en una experiencia mas socializadora y más concurrida que la cancha de Boca en pleno super clásico; solo un par de horas de electricidad para poder olvidarse de la civilización de la que uno, claramente, NO quería olvidar; celular muerto por falta de señal que transformaba cualquier urgencia en una muerte segura; comida profusa en hidratos de carbono que nos llenó de energía pero también de pedos; cama en  “las cabañas del horror” traídas de la Alemania nazi; adultos acompañantes hipocondríacos que jugaban a descubrir enfermedades en personas que, hasta ese momento, gozaban de buena salud y frío, el infaltable frío que, por las noches, hacía germinar en los huevos estalactitas y estalagmitas.    
El viaje hubiera sido casi perfecto si solo hubieran estado presentes esas “pequeñas imperfecciones”… pequeñas desgracias con suerte que,  lamentablemente, no terminaron por quitarnos la vida. Pero siempre, absolutamente siempre, se puede caer mas bajo y perder ese resto, esta traza, esa huella, ese vestigio de dignidad que nos queda y estar un poco peor, sobre todo cuando uno tiene por delante 10 putos, eternos, insoportables e invivibles días a puro turismo aventura.
A ver si nos ponemos de acuerdo: yo, la única aventura que conozco es la del Poseidón y, como el barco se da vuelta apenas empieza la película e intuyo que van a terminar todos muertos, cambio de canal y me pongo a ver el Chavo.
¿Que malsana perversión mueve a un ser humano a disfrutar de una caminata al aire libre, o de una cabalgata por del lecho de un río sobre un caballo (¡un caballo!! Una bestia que no habla, no canta, no hace zapateo americano, no sabe resolver el teorema de Pitágoras y que le da lo mismo comer alfalfa que lasagna!!) , o del rafting, sintiéndose uno una cubetera que surfea por las aguas profundas del freezer de la naturaleza, o, lo que es peor, del ascenso a un cerro resbaladizo y superhabitado por insectos ponzoñosos, en una lucha por ganarle a la naturaleza que da, a cada instante, pruebas acabadas y suficientes de que nos ha vencido haciéndonos así de deformes e incapaces de adaptarnos a una región y un clima determinado y no solo echando por tierra la teoría de Darwin sino que también comprobando cruelmente la no existencia de un Dios misericordioso con esos empinados senderos que nos sacan el aire y nos quitan las ganas de seguir viviendo.  
Cansado, destartalado, pidiendo un ingeniero a gritos para que reconstruya lo que quedó del cuerpo que alguna vez sirvió para comunicarse, cargando el tubo de oxigeno para seguir subiendo a la nada, como se puede, se empuja el tujes del de adelante, no para hacerle un favor o tener un gesto solidario, sino para que no se muera en el camino y haya que bajar por esa argolluda montaña cargando el cuerpo de otro además del de uno.  
La montaña es traicionera, el rafting es traicionero, el caballo es traicionero, el cóndor es traicionero, pero más traicioneras es el culo que, durante diez días, no hizo un sorete y decidió hacer paro acusando en mi abdomen una marcada hinchazón producto del piquete anal que amenazaba con no levantarse hasta que no interviniera la gendarmería para “desalojar” a los manifestantes que cerraban la salida del puerto de la ciudad de las tripas.
Y así, hecho concha, mal comido, con una cantidad de caca adentro del cuerpo equivalente a la cantidad de desperdicios del Ceamse, muerto de sueño, pasado de cansancio, y con inflamación de huevos, nos volvemos a subir al micro para afrontar nuevamente, 23 hs de viaje, sobreviviendo alentados por la feliz esperanza de, al llegar a casa, podernos bañar en algo que se parezca a una ducha. 
Al bajar del micro nunca falta el pelotudito que dice: ¡Que bien que la pasamos!
¡QUE VIDA DE MIERDA!




3 comentarios:

  1. Como siempre genial¡¡¡¡¡¡ es el humor que me gusta: àcido y muy pero muy inteligente ¡¡¡¡¡ no cualquiera ¡¡¡¡¡ sòlo vos... GENIO, GENIO, GENIO¡¡

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  2. GRACIAS, ADMIRADORA Nº1!! Creo que lo que escribo lo hago con el único fin que vos lo leas!

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  3. Chavier una obra maestra jajaj parecía que estaba viendo una película de tu viaje!! Que vida de mierda che!

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