lunes, 24 de diciembre de 2012

WHITE CHRISTMAS

Mientras escucho, cual cortina musical de una novela berreta de las tres de la tarde, a Michel Buble cantando canciones navideñas, me pregunto: ¿Por qué mierda Dios permitió que la navidad existiera? ¿Había necesidad alguna de someter a los seres humanos a semejante tortura psicológica, comercial y capitalistica pseudo-religiosa?
Mis navidades nada tuvieron de “blancas” aunque si mucho de turbias.
La “temporada” de celebración del binomio navidad-año nuevo empezaban en mi casa allá por el 13 de octubre, cumpleaños de mi tía, en donde armábamos el “mapa” comestible-geográfico de las fiestas. Ese día se decidía que se iba a comer en cada una de las cuatro fechas que conformaban las celebraciones y en dónde se iban a dar los selectos encuentros que concentrarían a lo mejor de la parentela que coincide, misteriosamente, con lo peor de la tanada.  
Dos meses… dos meses y medio para cocinar, preparar y adobar las carnes, verduras e hidratos de carbono que conformarían la mesa del amor, la paz y el colesterol.  
Mi familia no gozó nunca de los encantos de la piedad cristiana. En casa, todo era importante, menos el nacimiento del niño Dios que, si hubiera sido de mazapán, hubiera captado, sin lugar a dudas, un poco más de atención entre mis consanguíneos.
El primer pesebre que adornó mis navidades llego a casa gracias al producto de la casualidad y la fatalidad. Por esas cosas que tienen las leyes de la física que nos igualan a todos los seres que habitamos esta tierra, mi madre, mas curiosa que piadosa, en uno de sus viajes por el interior del país, quiso ver cual pueblo reunido el 25 de mayo de 1810 en la plaza, “de que se trataba”, y al tomar en sus manos a un asustado San José que formaba parte de la escena del nacimiento, ella, la joven manos de manteca, vio como el Santo Padre putativo de Dios era atraído hacia el centro del planeta debido a los desagradables descubrimientos de un tal Newton sin el cual, las cosas, definitivamente, no se caerían. La medicina prepaga, agradecida a este señor de Peluca, le debe parte de sus ganancias ya que, viejas muy religiosas, haciendo honores al padre de la mecánica, se desarman en el suelo, siempre por una piedra y nunca porque no ven una mierda, y, ambulancia y quirófano mediante, exhiben orgullosas entre sus amigas y conocidas, sus nuevas prótesis de cadera que han colaborado a llenar las arcas de las empresas de salud privada.  
Volviendo a San José, tal vez producto de la belleza de la santa madre de Dios, este piadoso judío del siglo I, perdió, literalmente, la cabeza por la Virgen y así, hubo un pesebre menos a la venta y… un pesebre en casa.
Por aquellos años “La Gotita”, la que nada nada lo despega”, hacía furor y mi progenitora decidió ajustar la cabeza del santo decapitado. El producto de esto fue un san José con un rictus propio de aquellos que han sufrido un ACV. Y así, cabeceando eternamente como haciendo ademán para sacar a bailar a la madre de la divina Gracia,  se adorno mi casa con el nacimiento que se armaba, invariablemente, sobre una bandeja de acero inoxidable que ese año no le haría los honores a los tradicionales pionono de jamón y queso, invitados infaltables de la mesa navideña.
Mas, no solo de pionono vive el hombre sino de todo alimento que sale del horno y la heladera: lechón, matambre, vitel tonné, Ensaladas Varias, abundantes frituras, exquisitas confituras, pollo relleno, carne rellena, huevos rellenos, gente re-llena, pan dulce, chocolate, pasas de uva, nueces y avellanas, arroz primavera, lasagna, canelones, y “otras” formaban y forman aún hoy la fauna culinaria de dichas fiestas. Y así, brindando con hepatalgina, nos sorprendía la llegada Papa Noel, en quién creen solo los viejos, porque arteriosclerosis mediante, se han olvidado que no existe.
Papa Noel… ese gordo boludo que se la pasa diciendo “Jo jo jo  Feliz Navidad”. ¿Acaso sus padres eran primos hermanos? ¿Cuándo era chico lo violaron con un palo y el trauma le provocó esa irritante risa de pelotudo? A ver… pensemos un minuto: es un gordo con cara de bebedor compulsivo whisky, usa traje de invierno en pleno diciembre con 44º a la sombra, vuela como superman y baja por una chimenea. ¿Cómo es posible que los niños crean en la existencia de semejante deformación racional? Es evidente que semejante monstruo moriría deshidratado al atravesar la línea del ecuador o al quedar varado en un piquete en Puente de la Noria tratando de agarrar para el lado de Bandfield. ¿Y lo de la chimenea? A mi no me joden: si alguien sabe de culos grandes soy yo. Mi familia se caracteriza por medir sus caderas no en centímetros, sino en “años luz”. Ese culo, de ese gordo desabrido, no pasa por una chimenea. De eso no cabe duda. Tal vez por mi falta de fe en ese monstruo de la Coca Cola es que el viejo puto nunca me dejaba lo que yo quería… ¿o sería tal vez  porque mis padres que, siempre endeudados, optaban por “bienes perdurables” tales como ropa que aseguraran la vestimenta de los próximos 5 años?. Los chicos de ahora usan la ropa 3 meses y la tiran a la mierda. Nosotros usábamos la misma bermuda 15 navidades y después… pasaba a tu hermano y/o a tu primo para que… la siguieran usando. El cuerpo crecía y la ropa no, por lo que uno tomaba, a cierta edad, un aspecto amatambrado que generaba a la larga, problemas de crecimiento en los huesos; pero eso si: la ropa se seguía usando. ¿Y saben porque? ¡Porque la había traído el puto de “Papa Noel”!.
Las navidades siempre eran una caja de sorpresas. Cuando el 1 a 1 se había puesto de moda y el rey del colágeno reinaba sobre la serenísima república Argentina, mi madre, otra vez mi madre, quiso copiar para su árbol de navidad un motivo que, seguramente, había visto en la afamada revista “Caras y Cajetas”. En aquel lejano 1991 decidió vestir el árbol con moños. La cosa empezó mal y por supuesto, terminó peor: el árbol navideño que ella había visto era blanco. Nosotros teníamos el monocromático verde. Ella había visto un árbol blanco con moños azules con filetes dorados. Nosotros pasamos a tener un árbol verde con moños rojos salpicados con brillantina. Ella, cual explotador coreano de un taller clandestino de costura  del barrio de Once, nos tuvo a mi hermano y a mi, cortando las putas cintas de tela (que había comprado al por mayor), y armando sus moños que, como no podía ser de otra manera, quedaron para el culo.
Esos moños, cual tetas caídas, eran un nudo de mal gusto en el epicentro de la navidad familiar. Mal hechos, desagradables y poco elegantes estaban carentes de lo  fundamental para que sirvieran de adorno: algo para agarrarlos a las ramas pertrechas del arbol de la muerte. Ella, que no se rendía por nada y ante nadie, tiró sobre la mesa las opciones: recurrir nuevamente a “La gotita” y dejar pegados para siempre el deseo y la pretensión de ser New York o, utilizar la destreza. Ganó la destreza por que la moda dura lo que dura un pedo en un canasto de mimbre, y tal vez al año siguiente hubiera que colgar longanizas del árbol. Los moños debían ser desmontables. Con una pinza de putas (porque eso es lo que eché a los cuatro vientos) armé con alambre galvanizado de fardo las argollas para los moños que terminó por darle al arbol un innegable aire a cortina de baño. Mi madre quedó feliz con su árbol, lista para venderlo al tren fantasma del Italpark, y nosotros, resignados a tener que pasar la navidad con el Frankenstein luminoso.
“Luminoso”… ahí residió otro de los nefastos episodios navideños de mi infancia. En casa nunca nos gustó tirar nada. Así fue que, año tras año, supimos guardar metros y metros de luces de arbolito que se acumularon como kilos de embarazada. La madre de Don Bosco decía: a problemas extraordinarios, soluciones extraordinarias. Mi mamá… si, otra vez mi mamá… solo una vez mas mi mamá… ese año llevó al extremo dicha sentencia. Cansada de juntar miles de juegos de luces que podían exhibir orgullosos, en el mejor de los casos, el funcionamiento de dos o tres bombillas por tendido eléctrico,  decidió cortar por lo sano y… los unió en un arrebato de pretender ser  como Mac Giver. El resultado fue una única luz de 32 km que tenia en funcionamiento 20 bombitas fijas. Nadie contaba con el problema de la irradiación del calor que produjo, el 10 de diciembre, dos días después de haberse inaugurado la temporada Navideña, el chamuscado del árbol que empezó a oler, literalmente, a quemado. La persistencia de las 4 luces de mierda que funcionaban de todo ese juego kilométrico hizo que el árbol entrara en combustión. Después de apagar las ramas que ardían como bosque nativo en pleno verano, ella, la mujer de las ideas innovadoras, no se resigno a perder sus 32 km de luces y, temiendo provocar un incendio voraz, optó por la “intermitencia” generada por mi hermano al que sentó al lado del toma corriente y obligó a enchufar y desenchufar las luces de a intervalos de 5 segundos, por horas y horas, entre los llantos de él y los gritos de ella, para que éste, el desafortunado infante, no abandonara la tarea de producir el efecto “prende y apaga la luz” de Sergio Lapegüe.
Por supuesto que la Navidad también tenía algo de épico y folklórico. A las doce en punto, momento en el que la familia se complotaba para hacer aparecer los regalos, mi abuelo o mi tío, de manera indistinta, me sacaban a buscar y/o cazar a Papá Noel. Los niños son, cuando quieren, MUY boludos y yo, año tras años, volvía a casa afirmando haber visto una sombra que era, como no podía ser de otra manera, Papá Noel que huía de los ojos atentos de los niños molestos.
Todos los años se repetía la misma escena: entrábamos al departamento y mi abuelo, que siempre se sentaba de espaldas a la ventana, con alguna cosa en la boca, por lo general una piernecita de pollo o lechón, decía escupiendo la comida, que Santa Clauss había tirado los regalos por la ventana y estos le habían golpeado la cabeza. Mi abuela, un poco más sesuda y también tetuda, lo miraba con cara de “Cuando lleguemos a casa vamos a hablar” y yo, corría hacia el árbol que, misteriosamente, tenía todos los regalos perfectamente acomodados a sus pies, cosa curiosa para un cargamento que había sido arrojado por la ventana por un maleducado Papá Noél un par de minutos atrás.
“Navidad, Navidad, dulce navidad… la alegría de este día hay que festejar” rezaba la canción. Ahora, todos más grandes y tal vez menos alegres, nos acordamos de tiempos pasados que olían a gloria, hacemos memoria de todos aquellos que ya no están y, cómplicemente y en silencio, le pedimos que nos traigan de regalo algunas de esas navidades del pasado.
Deseamos que aquello pasara y ahora necesitamos que aquello vuelva. ¡Que vida de mierda!


viernes, 21 de diciembre de 2012

¿VIDA?... ¡VIDA ES OTRA COSA! – SEGUNDA PARTE

Cuando hace media hora salí del colegio, eso a lo que yo y algunos otros llamamos trabajo, después de haberme clavado 2 copas de champagne, 25 empanadas y 118 sándwiches de miga, me di cuenta que estaba dejando de lado “la vida” para entrar, solo por un mes y medio, a “LA VIDA”. Para mí, y para 500000 docentes más de este país, todo había terminado… todo menos el mundo. Gracias a Dios, desde Australia, nos anoticiaban que por allá las cosas seguían bien y del fin del mundo anunciado por los Mayas ni noticias.
Aquí en el sur que, según Benedetti, “también existe”, siempre mas modesto y discreto que en otras latitudes, la gente piensa menos en los mayas y más en tratar de entrar en la maya que lucirán, calzador mediante, durante los meses estivos en alguna playa de mala muerte y de mala suerte (que mala suerte es la condena de veranear en la costa bonaerense) mientras gente mas afortunada, no docente, pasará el verano en Brasil, en Punta Del Este o en EEUU mientras cantan “Blanca Navidad” abrazados a un papá Noel de papel mallé que repite como un disco rallado “ho ho ho.. Feliz Navidad”.
El mundo no se terminó, pero lo que si se terminó, fue el infierno de aguantar pendejos. Los padres, astutos seres inmisericordes que intentan tener una vida, depositan a esos seres putrefactos llenos de gases y granos, en los colegios, para que nosotros, abnegados trabajadores de la educación argentina, por un sueldo irrisorio, transformemos a esas larvas malolientes, parásitos sociales, en ciudadanos comprometidos con la realidad social, seres pensantes y sobre todo, personas que no rompan los huevos de marzo a diciembre.
Susana ya lo decía  tras su separación de Humberto Roviralta: “Basta, esto se terminó! Ya no importa, como fue que ocurrió!”. Basta, esa es la palabra que resuena en mi mente. Basta de aguantar pendejos; basta de corregir mierdas que tienen la pretensión de ser pruebas o carpetas; basta de aguantar directivos; basta de campamentos, convivencias y retiros; basta de proyectos de aprendizaje-servicio; basta de planificaciones y objetivos; basta de compañeros de trabajo que se rascan el higo; basta de escuchar el nombre de uno ser pronunciado una y mil veces por  los niños; basta de dormir como el pepino; basta de ganar como un mendigo, basta de reuniones y conflictos con padres y con chicos; basta de ver granos y barritos.
¡Basta!  Ahora LA VIDA comienza. Ahora la vida tiene sentido; ahora es le momento de mirar atrás, de ver la senda que nunca se ha de volver a pisar y gritar a los cuatro vientos: “¿Y AHORA QUE PORONGA HAGO TODO EL VERANO?!?”
¿Qué voy a hacer un mes siendo que no tengo cable? ¿Qué voy a hacer sin tener las 245 repeticiones del “Soñando por Cagar” o “El bailando por garchar” o como mierda se llame? ¿Qué voy a hacer durante el eterno mes de enero en Buenos Aires viendo como todos se divierten menos yo? ¿Qué voy a hacer en las vacaciones sin Mateyco transmitiendo desde Mar del Plata? ¿Qué voy a hacer sin aire acondicionado mientras el mundo se derrite a mí alrededor? ¿Qué voy a hacer sin mi trabajo que, sin dejar de ser una mierda, es en donde más me divierto? ¿Qué voy a hacer sin mis alumnos que son básicamente excremento humano pero de vez en cuando me revuelven algún gesto de cariño y hacen que uno sospeche que la vida tiene algún tipo de sentido?
Docente Argentino: si te has dado cuenta que empezadas las vacaciones ha comenzado para ti ese período de tiempo en donde lo único que hay que hacer es sobrevivir para recuperar eso que es “la vida” pero que es la única “VIDA” que conoces, entonces te has dado cuenta, cabalmente, que antes que nada y después de todo, que la vida… LA VIDA ES UNA MIERDA.

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL VIAJAR ES UN PLACER


El viernes santo del año 1300, el gran poeta florentino, Dante Alighieri, a la edad de 35 años, emprendía el mítico y sorprendente viaje por el reino de ultratumba.
Él, el divino Dante, padre del “Dolce Stil Novo”, víctima del exilio y el desprecio de sus conciudadanos, se aventuraba en ese otro viaje que, en un  movimiento de descenso y ascenso, lo llevaría de la oscuridad del dolor a la luz de la redención.
Años más tarde, otro poeta no menos importante que Dante, padre de los infames programas televisivos para niños, que no gozó nunca ni de los exuberantes senos de Panam ni de las prodigiosas asentaderas de Flavia, nos iluminaría con su pluma y su voz enseñándonos, en un rapto de optimismo pelotudo, que “El viajar es un placer que nos suele suceder”
Dante murió en Ravenna lejos de su casa y su tierra, cumpliendo así los misteriosos designios de la providencia. A Pipo Pescador habría que haberlo matado para cumplir, en un acto de piedad, con la justicia, mitad humana, mitad divina, que nos invita y obliga a sacarnos de encima a aquellos boludos que, en pleno verano, andan con boina  tocando el acordeón y haciendo papelones en Carlos Paz.
Todos los viajes, de alguna u otra manera, nos cambian la vida. Algunos parten en busca de alguna epifanía reveladora del sentido último de sus existencias o tal vez, simplemente, del porqué del universo. Otros, menos altruistas y más pobres, viajamos en búsqueda de alguna miserable, triste, pobre y patética recompensa económica y en cumplimiento de nuestro santo deber, teniendo siempre presente en nuestro horizonte de vida, aquella máxima que reza: “Educar es servir a Dios y a la patria”.
¿Que lleva a que un grupo de adolescentes cool de San Isidro a elegir, en cambio de a un profesor canchero, buena onda, joven, rubio, rico y sexy, a este pelotudo (que por cierto, si es que era necesaria la aclaración, no solo no es canchero, sino que tampoco es buena onda, ni rubio, ni rico, ni sexy y además está pelado) para que los acompañe a su viaje de egresados a la ciudad de los estudiantes, el sexo, el alcohol, el descontrol y el Nahuelito?
¿Qué hace que un colegio prestigioso de zona norte en cambio de llevar a una persona capacitada para lidiar, amedrentar y reprimir a “los Indios Tacunaru”, jóvenes efervescentes en uso plenipotenciario de sus ganas de descontrolarse y de ponerla en cuanto agujero encuentran, lo lleven a este pobre, indefenso e inútil trabajador de la educación argentina que es incapaz de controlar sus gases cuando se encuentra en público y tiene el sí mas fácil que una puta con hambre?
¿Por qué desgraciada, inconsistente, ilógica e insípida razón dejé que me vendieran “EL PAQUETE” de Bariloche, paquete que, como en el juego del huevo podrido, se lo tiran al distraído y este, una vez que lo ve, huevo podrido es?
¿Por qué escuche “Viaje de Placer” allí en donde debería haber escuchado “Viaje para padecer”?
Si los viajes de placer  son aquellos que implican sexo, playa, contingente de jubilados y rock and roll, ¿por qué me subí a ese micro “llamado deseo” para ir a una ciudad en donde el rock and roll está en los boliches (locales nocturnos que por cierto no frecuento), los jubilados no van porque el frío les genera sabañones, la playa es solo para mirarla y el sexo lo tienen todos menos uno?
Sin haberme cuestionado nada de todo esto, salvo quién iba cuidar de mi heladera mientras no estuviera en Buenos Aires, me subí al micro y me sumé al la masa crítica que arengaba la marcha del transporte al canto de “Bariló Bariló, nos vamo’ a Bariló”. Así pude constatar que no estaba lo suficientemente viejo como para no poder mimetizarme entre la juventud enardecida pero si estaba lo suficientemente loco como para haberme sumado a semejante irresponsabilidad.
Por supuesto, todo empezó como debía ser: para el culo. Cuando a uno le dicen que va a pasarse un día arriba del micro lo primero que piensa es: pierdo tanto tiempo haciendo boludeces que, un día más, un día menos, no hace la diferencia. Amigos míos, un día ahí arriba ¡sí hace la diferencia! Cuando nos disponemos a abordar un micro de larga distancia le deberían pegar a uno un tiro en la frente para evitar el sufrimiento que está por llegar. Viajar 23 hs en esa mierda en movimiento en donde la única distracción posible es ver cuan lejos del inodoro llega el chorro de meo cuando la ruta hace una curva, causa el mismo dolor y la misma esterilidad que agarrarse los huevos con una morsa o imaginarse a Zulma Lobato cantándonos al oído “Extraños en la noche” mientras se encuentra enfundada en una sunga de leopardo.
Por suerte el lugar a donde uno va es un paraíso… un paraíso lleno de mosquitos, tábanos, compañeros de trabajo y PENDEJOS, MUCHOS PENDEJOS, rompiendo las pelotas a diestra y siniestra por el simple hecho de querer cagarle a uno la vida que el único mal que ha hecho ha sido comerse la crema de manos de la madre como si fuera dulce de frambuesa.
“La tierra sin mal”, según la mitología guaraní o, “La tierra prometida” según el imaginario semita, siempre puede estar un poquito mas lejos, y, para llegar, hay que cambiar 3 veces de micro teniendo en cuenta que, en cada cambio, esta incluído el equipaje de los 58 hijos de puta que estamos subidos al viaje de la muerte.
El sitio era… ¿rustico? ¿insano? Un hermoso camping a orillas del lago con mucha tierra y mucha naturaleza viva, 53 pendejos de entre 17 y 19 años que solo querían divertirse mientras uno solo deseaba matarse ; un baño comunitario que transformaba el acto de cagar en una experiencia mas socializadora y más concurrida que la cancha de Boca en pleno super clásico; solo un par de horas de electricidad para poder olvidarse de la civilización de la que uno, claramente, NO quería olvidar; celular muerto por falta de señal que transformaba cualquier urgencia en una muerte segura; comida profusa en hidratos de carbono que nos llenó de energía pero también de pedos; cama en  “las cabañas del horror” traídas de la Alemania nazi; adultos acompañantes hipocondríacos que jugaban a descubrir enfermedades en personas que, hasta ese momento, gozaban de buena salud y frío, el infaltable frío que, por las noches, hacía germinar en los huevos estalactitas y estalagmitas.    
El viaje hubiera sido casi perfecto si solo hubieran estado presentes esas “pequeñas imperfecciones”… pequeñas desgracias con suerte que,  lamentablemente, no terminaron por quitarnos la vida. Pero siempre, absolutamente siempre, se puede caer mas bajo y perder ese resto, esta traza, esa huella, ese vestigio de dignidad que nos queda y estar un poco peor, sobre todo cuando uno tiene por delante 10 putos, eternos, insoportables e invivibles días a puro turismo aventura.
A ver si nos ponemos de acuerdo: yo, la única aventura que conozco es la del Poseidón y, como el barco se da vuelta apenas empieza la película e intuyo que van a terminar todos muertos, cambio de canal y me pongo a ver el Chavo.
¿Que malsana perversión mueve a un ser humano a disfrutar de una caminata al aire libre, o de una cabalgata por del lecho de un río sobre un caballo (¡un caballo!! Una bestia que no habla, no canta, no hace zapateo americano, no sabe resolver el teorema de Pitágoras y que le da lo mismo comer alfalfa que lasagna!!) , o del rafting, sintiéndose uno una cubetera que surfea por las aguas profundas del freezer de la naturaleza, o, lo que es peor, del ascenso a un cerro resbaladizo y superhabitado por insectos ponzoñosos, en una lucha por ganarle a la naturaleza que da, a cada instante, pruebas acabadas y suficientes de que nos ha vencido haciéndonos así de deformes e incapaces de adaptarnos a una región y un clima determinado y no solo echando por tierra la teoría de Darwin sino que también comprobando cruelmente la no existencia de un Dios misericordioso con esos empinados senderos que nos sacan el aire y nos quitan las ganas de seguir viviendo.  
Cansado, destartalado, pidiendo un ingeniero a gritos para que reconstruya lo que quedó del cuerpo que alguna vez sirvió para comunicarse, cargando el tubo de oxigeno para seguir subiendo a la nada, como se puede, se empuja el tujes del de adelante, no para hacerle un favor o tener un gesto solidario, sino para que no se muera en el camino y haya que bajar por esa argolluda montaña cargando el cuerpo de otro además del de uno.  
La montaña es traicionera, el rafting es traicionero, el caballo es traicionero, el cóndor es traicionero, pero más traicioneras es el culo que, durante diez días, no hizo un sorete y decidió hacer paro acusando en mi abdomen una marcada hinchazón producto del piquete anal que amenazaba con no levantarse hasta que no interviniera la gendarmería para “desalojar” a los manifestantes que cerraban la salida del puerto de la ciudad de las tripas.
Y así, hecho concha, mal comido, con una cantidad de caca adentro del cuerpo equivalente a la cantidad de desperdicios del Ceamse, muerto de sueño, pasado de cansancio, y con inflamación de huevos, nos volvemos a subir al micro para afrontar nuevamente, 23 hs de viaje, sobreviviendo alentados por la feliz esperanza de, al llegar a casa, podernos bañar en algo que se parezca a una ducha. 
Al bajar del micro nunca falta el pelotudito que dice: ¡Que bien que la pasamos!
¡QUE VIDA DE MIERDA!




miércoles, 19 de septiembre de 2012

En una playa junto al mar

Así fue conocida la famosa canción del otrora popular cantante de la década del 60’ Donald, que no resultó ser, a expensas de un ADN practicado sobre él, ningún personaje de Disney ni mucho menos, aunque fue uno de los tantos animales que poblaron la farándula de medio pelo argentino, aquella que comía pollo y erutaba caviar, no como la de ahora, que come caviar y eruta brócoli. Sin embargo, el cantautor indagado sobre la creación de dicho hit, confesó, no sin un dejo de vergüenza, que el título original del popular tema era “En Mar del Plata junto al mar”, pero siendo que era un título pianta votos, mitad por un problema de celos de otros balnearios de la costa atlántica, mitad por lo horrenda de dicha ciudad, no solo por su geografía, sino por sus habitantes estacionales que como las golondrinas, vuelan hacia el sur, se instalan, se reproducen, cagan y vuelan, el afamado artista de la generación beat decidió hacer “la porquería” en una playa junto al mar sin tener que informarnos de la región a la que se refería. Lo bueno de este país es que lo bizarro, lo kitsch, lo vulgar, no solo se da en la música, sino que como un eco en el medio de la montaña, se extiende como una mortal mancha de petróleo sobre el mar que va matando todo a su paso. Así fue como en el año 1971, Enrique Cahen Salaberry, director de cine que cuenta entre sus obras más memorables y de un inestimable contenido cultural y social, con trabajos tales como “Don Fulgencio”, “Mi novia él”, “Las Turistas quieren guerra”, “Mingo y Anibal, dos pelotazos en contra”, entre otras, supo realizar, tal vez hechizado por la embriagadora música de Donald, “En una playa junto al mar”, película que lleva 40 años tratando de ganar aunque más no sea un pasaje gratis a Liniers en el 21.
Desde aquel entonces y hasta hoy, Mar del Plata ha sido el destino casi obligado de turistas con “unas semanas de vacaciones” que a veces no son mas que un par de días, congresos de política y ecología, Festivales de Cine con momias internacionales que hacen las veces de artistas invitados, estrellas decadentes y jurados ilustres, centro de confluencia de parejas que “andan de trampa” y punto de llegada de viajes estudiantiles.
Las callecitas de la “Feliz” como las de Buenos Aires, “tienen ese no se qué” que hace que se transforme en el destino elegido por miles de colegios que realizan supuestos viajes de estudios a dicha metrópolis marítima.
Por tal motivo, una vez más, y solo una vez más, como todos los años, me hice cargo de mi trágico destino y subí al micro cargado de niños que prometían hacerme pasar los 3 peores días de mi año y, ellos y yo, yo y ellos, nos dirigimos al encuentro de un futuro para nada alentador que prometía solo tristezas y ninguna alegría.
Lo bueno de ser profeta de calamidades es que la realidad nunca te agarra desprevenido. Uno sabe que las cosas van a salir mal, y si bien la clarividencia del trágico futuro no nos ahorra dolor alguno, por lo menos, la concreción histórica de la oscura profecía, no nos sorprende.
¿Existe algo peor que viajar tres días a la costa con 70 niños de 10 años? El micro en nada se parecía a aquel de la película “El profesor Punk”... ¿En qué lugar de ese autobús en el cual yo me encontraba estaba el simpático Jorge Porcel haciendo chistes y disfrutando de la compañía de sus alumnos que, por cierto, nada tenían de adolescentes? ¿Por qué los adolescentes de las películas estudiantiles argentinas tales como “Los fierecillos indomables” o su más paupérrima copia “Los fierecillos se divierten” habían abandonado la adolescencia hacía ya mas de 20 años y peinaban canas si es que tenían pelo en donde esta echar raíces cuando hicieron dichos films? ¿Por qué a veces el cine argentino es TAN pedorro y en cambio de contratar a jóvenes de 20 contratan a viejos de 50 para hacer de púberes sin tener ni siquiera el decoro de pasarles una capa de esmalte sintético por la cara para disimular el estrago provocado por los años, la droga y el hacer temporada con Moria?
Viajar con niños es recibirse de Mac Giver: uno, en pocos minutos, está curando una fractura con una percha, lavando una herida con escupida y armando una bomba con un frasco de dulce de pera para matarlos. Por supuesto, tarde, siempre tarde, se descubre que Mac Giver era un actor (malo por cierto) y la serie estaba fatalmente guionada. Las fracturas no se curan con perchas, las heridas se infectan con escupida, las bombas  no se hacen con frascos con dulce de peras y, los niños, por algo que debe tener que ver con su ADN o su HDP, no se mueren, solo se enferman para joderte la vida.
Aproximadamente 9 horas para hacer 415 km, 7 bolsas de consorcio de basura sacada de uno de los micros, 5 pibes con mareos, 15 con fiebre, 18 con tuberculosis, 50 llorando porque extrañan a la madre, padre o tutor, una denuncia por ruidos molestos a cargo de los otros residentes circunstanciales del hotel, 2 guerras de comida, una camarera hospitalizada por recibir un milanesazo en la frente y causarle dicha colisión un politraumatismo de cráneo, 4 patinadas por la escalera, un ascensor inutilizado, 2 delfines muertos, 4 docentes con pulmotor perpetuo por hacer trekking en un cerro de 25 metros de altura, un chofer de micro que pidió cambio a tareas pasivas, 1 profesor de educación física golpeado por sus compañeros entre los que me encontraba, 5 horas de sueño en 3 días, 7 películas vistas en el viaje de las cuales 3 eran con ninjas karatekas, 6 baldes de vómito, 1 caso de apendicitis, 1 niño perdido, 3 toneladas de recuerdos de la costa hechos de cerámica y caracoles, 2 fotos en la rambla junto a los lobos marinos, dos cajas de mariscos en descomposición que hubo que tirar en Lezama, 4797 pronunciaciones de mi nombre, 10 cajas de alfajores Habana para los afortunados docentes que NO tuvieron que ir al puto viaje y un par de huevos que me colgaban de la entrepierna grandes como dos garrafas. Ese fue el saldo final y fatal del viaje del horror.
El genial Alejandro Dolina dice en su libro “Crónicas del Ángel Gris” que todos los viajes, de alguna u otra forma, siempre nos cambian la vida. Después del inventario antes expuesto, ¿cabe duda alguna que los viajes nos modifican inexorablemente la vida?
Me olvidaba decirles que toda esta humillación sufrida fue resarcida con 720 suculentos, apetitosos, deseados, esperados, inútiles, escasos y pobres pesos. Tanto sufrimiento por ese vuelto, esa nada, ese chiste económico.
“El viajar es un placer que nos puede suceder” dijo Pipo Pescador. ¿Por qué a mi nunca me pasa? Pipo… ¡PORQUÉ NO TE VAS A CAGAR!?
Niños, los únicos privilegiados según El General. Niños…Esos instrumentos del mal, esos monstruos, esos portadores de pestes como las palomas, esas sanguijuelas carroñeras, esas inmundas creaciones de la evolución del reino animal. Niños… están en el mundo con el único fin de recordarnos que LA VIDA ES UNA MIERDA.



martes, 11 de septiembre de 2012

Fue la lucha, tu vida y tu elemento

Mientras se apagaba de fondo la melodía del himno a Sarmiento, corrí desesperadamente por el pasillo de la escuela en busca de mi merecidísimo como justificado regalo del día del maestro. No es que uno trabaje para recibir algún tipo de recompensa, pero, si la tarea que se desempeña dentro del aula que no es otra que arrancar “de la noche de ignorancia” a los educandos, viene acompañada de cierto reconocimiento simbolizado por un bien de consumo, la tarea se hace mas llevadera y digna.
Entré al aula al grito de: “Dónde está mi regalo!?, carajo mierda!!”. Mis compañeras de trabajo, asustadas, hicieron emerger de uno de los armarios una bolsa, una pequeña bolsa, que guardaba en si misma, el gusto y la alegría de la promesa y el sinsabor de la desilusión.
Pensé que tal vez, y solo esta vez, el regalo sería algo que valdría el esfuerzo realizado durante tantos meses y siendo que, como afirman algunos, lo bueno viene en frasco chico, seguro de la victoria, asomé mis narices en la bolsa esperando encontrar la gargantilla sustraída por Moria en Paraguay o, porque no también, un poco de poxiran.  
Miré, volví a mirar… seguí mirando y, lleno de temor y temblor, como escribió Kierkegaard, exclamé: “LA PUTA MADRE QUE LO PARIÓ”.
Una lapicera, una triste, pobre, lamentable, denigrante y putísima lapicera. Meses de contención de ira, meses de homeopatía, alopatía, alopecia, hipocondría y plan de manejo del fuego para que me regalaran una insignificante, pequeña, compacta e inútil lapicera que encima, lleva cartuchos que salen mas caros que 200 piezas de sushi.
Años de estudio, perfeccionamiento, horas de vida gastadas en corregir mierdas y poniendo carita de contento delante de los padres mientras se repite como si fuera un tango: “su hijo tiene mucho potencial, es un diamante en bruto”, cuando uno en realidad sabe que el hijo efectivamente es un bruto y que del diamante no hay noticias, para que en un gesto de impiedad absoluto digno de  un jerarca nazi, un hijo/a de puta que lo único que hace es ir de la casa al shopping, haya comprado, para este pobre trabajador de la educación argentina una reverenda y puta lapicera y encima de color ROJO que me transforma en “Mirtha la puta alegre del barrio de Balvanera”.
A mi, como decía el negro Fontanarrosa, “la vida me engañó” o, como dice mi primo sin pelos ni en la lengua ni en las manos: “Dios me cagó encima”.
Si la prima de Brandoni en “Esperando la carroza” tenía 3 empandas para comer.. tres empanadas que le habían sobrado de la noche anterior, yo ahora, menos afortunado que esa mujer, tenía una lapicera, una puta, plegable, minúscula, cara, indigesta y ROJA lapicera para escribir en el cuaderno de comunicados de todos mis alumnos: Queridos padres, quería agradecerles por el bello obsequio que me han hecho para el día del maestro y decirles que me gustaría meterles a todos y a cada uno de ustedes la lapicera que me han regalado bien adentro del orto para que puedan escribir en su intestino un bello poema que podría llevar de título: Me gusta cagarle la vida a la gente. Con afecto Javier”
Don Bosco escribió que la “Educación era cosa del Corazón”, porque sabia que cada vez que  llega esta fecha, a mi me agarran pequeños infartos, no mortales, que me hacen acordar que estoy tan pero tan meado por los perros que no me da ni para morirme de una vez por todas así paro de sufrir.
Una lapicera: ese es lo que vale, al sentir de tanto padre, el trabajo abnegado que uno realiza en el aula con sus hijos mientras podría estar atendiendo un kiosco de diarios, amasando pizza o simplemente vendiendo droga, trabajos mas dignos, por cierto, que el tratar de educar a una multitud de inmundos ignorantes que leer no leen pero que otras cosas las hacen… y las hacen de mil maravillas y siempre más que uno.
Dicen que la docencia es un sacerdocio. Si yo hubiera querido ser sacerdote hubiera entrado al seminario no al profesorado. ¿Tan difícil era dibujar una sonrisa en la cara de este pobre docente argentino, profesional, propietario soltero y sexy,  con un regalito mas útil, mas “presentable”, respetable y codiciable que esa inmerecida, inconsistente, incomparable e inútil lapicera roja y gastando, aunque mas no fuera, la misma cantidad de dinero? ¿Tanto nos cuesta ver feliz a la gente que nos empeñamos en hacerles mierda la poca dignidad que les queda regalándoles un elemento que no sirve siquiera para rascarse la espalda o sacarse la cera de los oídos? ¿Puede haber tanta maldad en este mundo como para devastar una vida que ya está lo suficientemente devastada por la inclemencia del destino?
Con dignidad, y haciendo un esfuerzo, tomé la lapicera en mis manos, miré fijamente a mis alumnos y les dije: QUE LINDA LAPICERA QUE ME COMPRARON SUS PAPIS!! DIGANLES A TODOS QUE MUCHAS GRACIAS!! Por dentro pasaban imágenes de películas que deberían ser de Rambo porque me imaginaba a mi mismo matando con una ametralladora a esos padres de mierda.
Llegué a casa y sonó el celular: era mi amiga que, también docente, me anunciaba que le habían regalado una cartera, un par de zapatos y una camisa. Colgué el teléfono sin dar mayores explicaciones. Abrí el primer cajón del placard. Allí estaban los regalos de los años anteriores: un cinturón y una billetera. Los dejé a ambos en compañía de la lapicera roja. Cerré el cajón y resignado me puse a cantar: ¡Gloria y loor! ¡Honra sin par,  para el grande entre los grandes, Padre del aula, Sarmiento inmortal! 
¡Que vida de mierda!




jueves, 19 de julio de 2012

MI CINTURA SE PERDIÓ EN UN BOSQUE DE SPAGHETTIS

… Eso fue lo que dijo el genial Enrique Pinti hace muchos años. Tal vez ese bosque era, al decir del gran Dante refiriéndose a la selva en la cual se había hallado “Nel mezzo del cammin de nostra vita” (En el medio del camino de mi vida), “aspra e forte/che nel pensier rinnova la paura” (Áspera y fuerte, que en el pensamiento renueva el temor). Esto lo deducimos ya que Pinti no volvió a aquel bosque en busca de su cintura y decidió dar por perdido ese cuerpito sexy que, al parecer, Dios y sus padres le habían concedido.
Otras celebridades, no menos famosas, han hecho confesiones un tanto contrarias a la antes mencionada. La Loren, la Gran Loren, la Monumental Loren, la mujer con el par de tetas mas codiciadas del universo cinematográfico y con el cuerpo mas deseado por hombres, y porque no mujeres, del mundo entero, ha sabido confesar que “Todo lo que ustedes ven se lo debo a los spaghettis”.
El YIN y el YAN; Pinti y la Loren, dos modos de expresar cabalmente el amor irrenunciable por la comida, y, siendo que ambos siguen vivos y aquello que podría haber sido un defecto se transformó en ellos en virtud, sus existencias y sus frondosas carreras nos recuerdan una y otra vez que, todo lo que no nos mata nos fortalece.
Esta filosofía de vida frente a la comida es lo que ha mantenido viva a mi familia. Hemos transformado la dieta en comilona y la comilona en dieta. La “dieta del helado” se transformó en un modo inteligente de comer postre en el medio de la angustia provocada por la privación ilegítima, por parte del nutricionista, del sustento vital de hidratos de carbono en la dieta diaria y, “comer hasta reventar”, fue un modo heterodoxo de expulsar las toxinas del cuerpo junto con 2 metros de intestino grueso. 
En 1973, Marco Ferreri, presentaba al mundo su nuevo film “La Grande Abbuffata” (La gran comilona). En ella, un grupo de señores burgueses aburridos de su monótona y poca interesante vida, decidían suicidarse comiendo hasta morir. Ferreri nunca nos conoció personalmente pero, su película se volvió profecía.
Para nosotros, los tanos latinoamericanos, la comida es cuestión de vida o muerte, pero jamás “cuestión de peso”; de hecho, si pudiéramos, mataríamos a Cormillot haciéndole comer una ensaimada rellena con dulce de leche, pastelera y dinamita envuelta en profiteroles rellenos con crema. Nuestra vida se basa en la comida: nos levantamos pensando en comida y nos acostamos pensando en comida; tener un sueño erótico es soñar con mortadella; cuando pensamos en un casamiento primero pensamos en la mesa dulce y después en los novios y un bautismo, indefectiblemente, siempre es la torta (no estamos hablando ni de Sandra ni de Celeste). Una casa sustentable es una vivienda con tabla para amasar en el baño, así, mientras cagamos, podemos hacer unos fideítos. La comida de año nuevo la organizamos en septiembre y, para nosotros, la pascua es la mejor fiesta del año porque, pudiendo elegir cualquier cosa, los judíos se inclinaron por el cordero. Las únicas plantas dignas de ser cuidadas son las comestibles y si los conejos crecieran en los árboles, tendríamos un vivero.
Sin embargo, y a pesar que nuestra vida esta surcada por pruebas, hay un momento en el año en el que todas nuestras capacidades se ponen en juego y debemos rendir el examen más difícil: darle de comer a todos nuestros amigos.
Ese día ponemos toda la carne en el asador, y cual ritual para atraer la buena suerte en el año del “Dragón de caca”, hacemos lo imposible por el éxito de la cena, ya que de ella depende nuestra vida futura. Con temor a que la comida no alcance, a pesar de haber calculado la cantidad de alimento a partir de una formula matemática que consiste en  transformar el numero de comensales en idénticos kilos de comida, multiplicarlo por 33 (Cristo en la quiniela…. nosotros somos gente muy piadosa), y a esto sumarle un 10% para menguar el error que podríamos haber cometido en alguno de los pasos antes mencionados, nos disponemos, “me” dispongo, a darle de comer a todos esos muertos de hambre que me quieren por mi única virtud que no es otra que mi heladera llena.
Este año, para satisfacer la voracidad de los asistentes a tan distinguida cena, se me ocurrió la brillante y puta idea de hacer sorrentinos. Claro, no era cosa de ir y comprarlos (en esta casa, eso es un pecado mortal que se castiga, como bien debe ser, con el fuego eterno), sino que el chiste residía en amasarlos. Por supuesto que no era la primera vez que me aventuraba en semejante tarea, pero, este año, evidentemente, las cosas estaban destinadas a salir, lisa y llanamente, para el ojete.
Durante 3 días me encargué de recolectar todo lo necesario para la elaboración. Lo bueno de cobrar el aguinaldo en esta época es que con gastárselo todo para amasar para otros evita que uno tenga que tocar el sueldo para dicho fin. Creyendo erróneamente de estar en el estudio de Utilisima, desplegué todos los elementos en la basta mesada (es mas pequeña que el interés de una caja de ahorro) y, colocándome el delantal de cocina que no se porqué carajo tiene un papá Noel estampado en el frente me dispuse a cocinar.
Si existe un placer más grande en esta vida que estirar la masa en la pastalinda que me digan cuál es. Esa actividad produce un orgasmo de mejor calidad del sexo y cuando finaliza, no necesita uno fumarse un pucho y verse obligado a preguntar: ¿cómo estuve?. Uno mete masa y, la pastalinda, cual madre generosa que provee de alimento a sus hijos, te da masa. Masa, hermosa masa, tersa, suave, límpida… como el cutis de Nacha Guevara. Masa… que puedes ser lasagna, sorrentino, canelón. Masa, que te estiras, te juntas, te extiendes y me abrazas y, en eterno amor, te transformas en raviól. Masa, tu te dejas en mis manos convertirte en mi esclavo. Masa, que eres venerada por el creyente convertida en Dios viviente. Masa, que eres madre y me amas y el celíaco de tí escapa. Masa, el trigo te da el color y yo, mi corazón.
Y así, cual Donato de Santis, recitando este hermoso poema, comencé a armar, sorrentino por sorrentino, hasta que el destino me demostró que no hay que jugar ni con los dioses ni con el vidrio.
¿Por qué había decidido colocar el relleno de generosa ricotta en una fuente de vidrio para horno del tamaño de una bañadera? ¿Por qué allí en donde la semana pasaba había realizado un baño de inmersión, había lavado la ropa y había mezclado la pintura para pintar el frente del edificio, ahora se encontraba el relleno de la pasta? ¿Por qué se me tuvo que golpear la fuente, hacerse mil pedazos e incrustar su ser devenido en astillas de vidrio en mi relleno? ¿Por qué Dios no hace nada para acabar con el hambre en el mundo? (Eh… pregunta equivocada. Eso no era para esta entrada en el blog).
Allí, ante el crimen culinario perpetrado, llorando sobre la leche cortada derramada, haciendo de cuenta que no había ocurrido nada, mire hacia atrás, y siendo que no me veía nadie, soplé la masa de ricotta reventada, le saque los pedazos de vidrio que vi y dije: si las gallinas comen vidrio, ¿porqué no estos pelotudos? Silbando, para acallar los pensamientos que asaltaban mi cabeza, rellené todos los sorrentinos. Luego, satisfecho ante el trabajo concluido, me eché en mi lecho para contemplarme agradecido conmigo mismo por semejante gesta. Pero, la culpa, la maldita culpa, esa culpa que no nos deja transformarnos en Yiya Murano sin cargo de conciencia alguno, asalto mis pensamientos. ¿Y si moría alguien comiendo esos sorrentinos? No es que los participantes de la comida fueran gran cosa, pero, ¿si ese alguien era yo? ¡El mundo no podía privarse de tan elevado pensador, de tan plástico deportista y de semejante hijo de puta!.
Carcomido por la angustia incontenible que me provocaba el saber la cantidad de guita que me había gastado en ello, barajé la posibilidad de vivir algún tiempo en la cárcel con total de no tirar los famosos “Sorrentinos Kinder” que vienen con sorpresa… sorpresa letal por cierto, pero, llegué a la conclusión que peor que la cárcel podía ser el tener que soportar a mi madre llorando en los programas de la tarde por la tragedia del  “Sorrentino Gate” y decidí, sin mediar palabra conmigo mismo, echar al tacho el trabajo de una jornada y el dinero de un aguinaldo.
Arrodillado, ante la bolsa de residuos, juré asfixiarme con la misma, si volvía a suceder nuevamente semejante desgracia.
Luego, mas calmado, y sabiendo que lo peor que podía ocurrir a partir a ahora era empezar a cagarme en público, me puse de pié y recomencé la tarea de amasar para todos y para todas.
Mañana será el día del amigo, y en mi casa, conmigo o sinmigo (como diría Herminio Iglesias), se comerán sorrentinos. Que vida de mierda!



viernes, 6 de julio de 2012

DE FONDOS Y PANTALLAS

Sin lugar a dudas mi infancia fue modesta. Supe contentarme, desde la más tierna edad, con pequeñas y simples cosas que llenaban mi existencia: un pedazo de tela en desuso se transformaba en la capa de Superman, de Batman, del Zorro y porque no, adelantando los nuevos tiempos, en la de la Mujer Maravilla; un reloj roto indicaba la hora actual, o aquella que se mantenía en constante movimiento a través de mis fantásticos viajes en maquinas del tiempo soñadas o, si la circunstancias lo requería, no era mas que un tecnológico transmisor ruso, abuelo del celular. Todo esto, junto a algún que otro juguete conformaban el ejército de mis bienes mas preciados que, invariablemente, se combinaban para ser protagonistas de mis juegos, siempre teñidos de mucha imaginación.
Nací con la tele color, con la navidad con huevos rellenos que no conoció las sutilezas de la champaña y con juguetes que, si se rompían, provocaban indefectiblemente tétanos. 
Como por aquel entonces la wikipedia no se había inventado, todo niño que se preciara de tal debía realizar si o si sus deberes escolares con dos infaltables de cualquier casa de familia: ANTEOJITO o BILLIKEN. En casa recibíamos la primera porque, a decir de mi santa madre, la segunda era “poco profunda y estaba llena de pelotudeces”.
Una vez por semana la ansiada revista se asomaba por debajo de la puerta. Ojeábamos la publicación con el entusiasmo tal de toda una generación que no conoció la Internet.
La revista partía de la idea de “repetición” como motor del aprendizaje: en un año podía haber unas 3 tapas con Cristóbal Colón que no era otro mas que Anteojito con peluca carré (una mezcla de Rafaella Carrá con la sota de basto disfrazada del zorro) o unas 5 entregas con un Sarmiento con cara de figurita con un invariable pizarrón verde de fondo que recreaba la atmósfera áulica que uno tanto aborrecía.
Sin embargo, había un número en el año que transformaba el halo mágico que la revista de por si ya tenía en el portal de acceso a lo sagrado. Invariablemente, para el mes de diciembre, llegaba “el pesebre para armar” que era un conglomerado de las figuras del nacimiento con unas líneas punteadas con una leyenda que rezaba: “cortar por aquí”. Montar la escena del Belén era una tarea titánica. Primero cortar, después pegar, agregar yerba, algodón, papel glasé metalizado, tempera, polenta, porotos, utilizar lápices de colores, agregar más pegamento, un poco de cartulina, etc. A juzgar por la hiperinflación que azotaba al país, el pesebre más que ser un objeto de culto se transformaba en un bien de cambio. El gasto de producción equivalía a 3 kilos de asado. Por supuesto que, ninguno de los materiales antes mencionados y la juiciosa como habilidosa mano de mi madre, lograban transformar ese pesebre en algo distinto a una cagada que además tuviera alguna lejana similitud a la escena que intentaba recrear. A las pocas horas de haber pegado todas las figuras la Virgen Santa comenzaba sufrir “tortícolis”, a San José le agarra escoliosis, el niño Dios se parecía mas a un vitel toné que a una persona y los reyes magos quedaban sepultados bajo el algodón que era el único que no se apelmazaba. Si esta monstruosidad se armaba el 8 de diciembre, para el 12 ya teníamos un grado de putrefacción tal, debido a todos los productos imperecederos que resultaban ser mas perecederos de lo que se sospechaba, que el establo original, con bosta y todo, era un sitio mas acogedor para un nacimiento que la maqueta del tren fantasma que habíamos montado gracias a la preclara idea de Don Manuel García Ferrer. Así y todo, ya habitante de las profundidades del tacho de basura, el pesebre, ícono del glorioso milagro de la encarnación del verbo, conservaba, inmutable y sereno, su fondo azul estrellado. Había algo en el que se resistía a formar parte de la montaña de desperdicios del Cinturón Ecológico: ese fondo con estrellas que alumbraban el parto virginal de Nuestra Señora permanecía en medio de la hediondez propia de la polenta que, si bien no era vómito, lo disimulaba demasiado bien.  
Antes, otros artistas de cuyo grupo ni mi madre ni yo formábamos parte, habían descubierto el secreto. Leonardo había pintado a su plácida Gioconda sobre un fondo inquietante. Mientras ella sonríe como quien está siendo sutilmente violado con un palo enjabonado, detrás, muy detrás de ella, se agita un paisaje que está en movimiento y que pertenece, tal vez, al mismo infierno. La Gioconda no está en el, y este, no forma parte de la Mona Lisa. Sin embargo, ella y el, mujer y fondo, se han unido en casto matrimonio dando lugar a una de las obras mas estudiadas por los catedráticos y odiadas por los miles de turistas visitantes del Louvre que descubren su exiguo tamaño y su color marrón caca que genera mas que fascinación un profundo desagrado.
Esta semana vi, una mil veces, la pseudo-conferencia de prensa de mi amigo Ricardo Fort con un fondo “Miami” que le daba al ya patético cuadro un tinte “menemista” imposible de desmentir. Fort no estaba en Miami pero su declaración jurada delante del público tenía como telón de fondo unas hermosas palmeras agitadas por el viento.
Susana transformó los fondos en protagonistas indiscutidos de sus programas televisivos. En la época en que se sentaban en su living personajes tales como Anthony Quinn o la mismísima Sofía Loren (no como ahora que sienta a Wanda Nahra y a Daniel Agostini) su fondo “ciudad de noche” daba el tono a toda la escena. Por supuesto que esa ciudad no era la Misteriosa Buenos Aires, en palabras de Mujica Lainez, sino una iluminada New York con Torres gemelas y Empire State incluídos.
Ayer, una vomitiva Maria Nannis, símbolo del capitalismo pornográfico,  apareció en los medios “conferenciando” desde ¿Buenos Aires? pero con un “Milán” fondo que la constituía en un ñoqui mal amasado del mundo del espectáculo autóctono.
A lo largo de nuestra historia televisiva tampoco faltaron periodistas que incursionaron en este arte de transformarse en figuras recortadas de un pesebre no viviente: “Hora Clave” lució, en su temporada  de canal 9, una ventanita que dejaba entrever una ciudad de fondo, escena mas de Hitchcock que de la profunda tradición periodística de este país que siempre se ha servido de dos o tres potus como decorado.
Ahora, nos preguntamos: ¿es necesario? ¿es realmente necesario? ¿Qué perversión oculta posee una persona que no satisfecha con su cara, que es en si todo un paisaje, agrega a su siliconada figura un paisaje de un lugar en donde no se encuentra? ¿Tener a Miami de fondo nos hace más importantes o más felices? ¿Serán tan inteligentes que habrán comprendido como el gran Fefé (Fellini) que para hacer una verdadera ficción hay que hacer notar que de ello se trata?
Vuelve a mi memoria la trascendente pregunta de “E la nave va”: dove va tutta questa gente? (¿dónde va toda esta gente?). El mismo relator de dicha película (película que muestra como ninguna lo ficticio de la ficción y lo ridículo de la pretensión de verosimilitud) la contesta: TODA ESTA GENTE, NO VA A NINGUNA PARTE.  
Si como cree Fellini la ficción es un ícono de la realidad, ¿por qué Mariana, Susana, Ricardo, Grondona y quien soronga sea no se sinceran con ellos mismos y con nosotros y ponen de una vez por todas una montaña de caca a sus espaldas? Tal vez así, ya sin duda alguna, sabremos todos, cabalmente, que ellos sí que tienen una VIDA DE MIERDA.



martes, 15 de mayo de 2012

YO SOY EL DOCTOR AMOR

Los años 80’ nos sorprendieron con el estreno del “Pájaro canta hasta morir”, aunque, el único que murió al inicio de esa década fue el pobre de Lennon. El mundo se parecía mas al “Planeta de los Simios” que a la “Familia Ingals” y si no te tomabas las cosas con “Hiperhumor” , era probable que la vida te dijera: “Buenas tardes, mucho gusto” y, recorriendo el “Camino al cielo”  pasaras a formar parte del elenco estable de la “Botica del Ángel”.
Faltaban algunos años para que los argentinos hiciéramos la “División Miami” e intentáramos comprarnos hasta el “Auto Fantástico” en el “Muelle 56” de dicha ciudad.
Los del montón, los que respetábamos los “Lazos Familiares” y sabíamos que nuestro padre era “Amo y Señor” del hogar, aspirábamos a modestas visitas al “Ital Park” o, simplemente, nos quedamos en nuestro barrio jugando a ser “El zorro” con “Los súper amigos” que la vida nos había dado. Mientras que en Italia salía a la venta “El nombre de la Rosa”,  y en Ginebra moría Borges, aquí, lejos, muy lejos del mundo civilizado, “Carozo y Narizota” nos contaban “La historia Oficial” haciéndonos creer que “Tiburón, Delfín y Mojarrita” eran equiparables al “Súper Agente 86” o al mismo “Mac Giver”. Y así… sabiendo que la “Ola esta de fiesta” escuchábamos de lejos como “La casa está en orden” mientras nos acompañaban dicho anhelo con un cálido y afectuoso deseo de “Felices Pascuas”.
Los Televisores Grundig  cuyo slogan rezaba una verdad irrefutable: "Caro... pero el mejor", nos traían alegrías y tristezas a los niños de aquel entonces, mientras, los más ricos, se mandaban un “Toblerone” viendo “Alf”, y nosotros, los más humildes, nos tomábamos un vaso de “Crush” viendo bajo la amenaza de nuestras madres “Utilísima”.
Pero había un momento, un momento mágico que separaba el “Manual Kapeluz del Alumno Bonaerense” forrado de un infaltable “Papel Araña” verde o azul, de la esperada emisión de “Matrimonios y algo más” o de los mismos spaghettis de “Tato”. Cuando todo era sombras en la vida de los niños y el color sepia de Marilyn precedía la “Función Privada” de nuestras vidas, una voz… un comentario… solo una frase arrojada al viento encendía nuestras existencias haciéndonos saber que había comenzado el “Juego de la Vida”: “Maestro, ¡soy muy fea!!” a lo que todos nosotros cual coro griego, junto con Olmedo, respondíamos: “¡PERO QUE VAS A SER FEA VOS!!”.
Ese tujes en primer plano de la Bebota alimentó nuestras más tiernas como candentes fantasías. Ni que decir del batido a punto letra del pelo de la Bety Salomón, que invariablemente, pasaba al cuarto del fondo a esperar a que el maestro la descargara, constituyéndose así en “Mujer, Niña y Amante” del visionario, del hombre que marcó un antes y un después, del rey de la improvisación que nos hizo saber que nada era imposible y que lo único que hace falta para ser rico es sacarle la plata a los boludos.
Esta semana, lejos ya de los glamorosos años 80’, nos sorprendió con cientos de miles de informes sobre un hombre que se hace llamar “Maestro Amor”.
Hace días que nos venimos enterando que miles de boludos venden sus propiedades y reparten sus dineros entre los diversos bolsillos de la túnica sagrada del iluminado. También supimos, que este Dios hecho hombre entre nosotros, escupe huevos de piedra que sospechosamente se parecen a esas que se compran en el Once para armar centros de mesas para cumpleaños de 15, casamientos, Bar Mitzbá y otras festividades, desentierra imágenes de santos, vírgenes o simplemente de bustos de Domingo F. Sarmiento o Mónica y Cesar de la tierra, contesta con oscuras frases sobre el sentido de la vida que harían palidecer hasta al mismísimo Warren Sanchez, personaje popularizado por los curiosamente más populares Les Luthiers, y, cobra 6000 dólares para hacer un seminario en donde, básicamente, la actividad consiste en limpiar baños y tender camas… ¡Si!… te cobra u$s 6000 para que hagas de mucama, con la salvedad de que lo llama “Seminarios de Liderazgo”.
Indiscutidos como efectivos sos sus métodos de curación: te saca las muletas, y si te caes redondamente al piso porque por esas putas cuestiones que tiene la vida sos paralítico, te responde, ante la comprobación innegable de que la gravedad si existe y que hace estragos, con un: ES QUE NO ME TIENEN FE. Te impone las manos para que estés completamente seguro que en pocos meses morirás de cáncer (es por si el médico había dejado alguna sombra de duda sobre ello) y, para alcanzar la iluminación la propuesta es que le chupes la pija, de los cual concluimos que el cielo está lleno de gente.
Pero, ser un Dios encarnado tiene sus desventajas: la gente a veces es envidiosa y solo para joder, te meten alguna denuncia por abuso sexual, hostigamiento psicológico, reducción a la servidumbre, etc.
Argentina sigue siendo, como ya lo decía Jorgito Rial hace muchos años, un país generoso y, por violarte a un pibe o cagarle la vida a miles de personas, la pena es la libertad.
¿Ustedes creían que esto era todo? No, no, no… están equivocados. Aún falta mencionar a “La escuela de Yoga de Belgrano”, La virgen que llora sangre en Quilmes, al “Obispo Manuel Acuña” exorcista, pseudo luterano ferviente devoto de la virgen y panelista de Fantino y Viviana Canosa, a Bernardo Stamatetas y esposa que, para ser evangelistas, bastante hijos de puta son vendiéndote libros en donde le dicen a los ciegos que la causa de su ceguera es la mala voluntad,  y, el inefable como infaltable “Claudio” que sigue vendiendo libros, teniendo programas de radio y asistiendo a cuanto programa de TV en vivo puede, siempre escudriñándose bajo el Leitmotiv “Yo vengo solo a este programa porque te quiero…” seguido del nombre del conductor de turno que pueden ir de los ya mencionados Jorgito Rial o Viviana Canosa hasta un Beto Casela o, simplemente, una Flor de V.
No hay de Dios: ¡Olmedo tenía razón!. Como nos enseñó en la mítica película “El mano santa está cargado” lo único que hace falta son 2 o 3 milagros de poca monta, un sencillo decorado, un discurso penetrante pero sin contenido y muchos.. muchísimos boludos dispuestos a dejarlo todo para tomar conciencia de queriendo que el karma es el karma, no queda mas que resignarse y aceptar que la VIDA ES UNA MIERDA.

domingo, 1 de abril de 2012

SEGÚN PASAN LOS AÑOS

 
Hace pocos días, un muy querido amigo mío, entró en la temida como contradictoria  edad conocida como “Los treinta”.
Quien escribe no pasó por la experiencia de cumplir 50, que marca inexorablemente el ingreso al último tramo de la existencia y que, en la cual, en cambio de planificar las vacaciones uno empieza a pensar en el velorio, ni en los 40, edad en la que uno gasta tiempo pensando que parte del cuerpo podría dinamitarse para hacerse de nuevo si es que tuviera plata suficiente como para pagarle a un cirujano plástico. Curiosamente, a los 30, han quedado también atrás, las ilusiones de los 20, y uno sabe que está parado en la medianía de la vida, perdido como turco en la neblina.
Habiendo cumplido los treinta hace ya un par de años, puedo afirmar sin temor a equivocarme que los 30 son como la montaña rusa: disfrutaste la subida y sabes que ahora llega la bajada.
Los 30 son un “darse cuenta” que ya no sos tan joven como para ir a bailar, ni tan viejo como para ir a puerto libre, ni tan valiente como para empezar de nuevo, ni tan boludo como para dejar el trabajo, ni tan inteligente como tu jefe que gana el doble que vos y se rasca a 4 manos, ni tan de 20 como para no parecer de 30.
            Es la edad en la que te empezas a dar cuenta que estas viejo, en la que se te empieza a caer el pelo, en la que toda la gente que conocías cuando tenías 20 y pico está ya casada y con hijos; es la edad en la que se empieza morir la gente que tenía 40 cuando vos eras chico; es la edad en la que cambias el turismo aventura por un hotel con aire acondicionado y estufa.
Los 30, dicen, es la década más creativa del hombre, pero, estamos tan ocupados trabajando, que se nos pasa tan rápidamente que cuando nos queremos acordar, estamos haciendo la cola para inscribirnos en el PAMI.  
Los 30 son la edad en la que todos te parecen más chicos que vos o mucho más grandes que vos. Es la edad en la que los viejos, de pronto, te parecen más cercanos y los pendejos, inexorablemente lejanos.
Es la edad en la que te empieza a molestar la música alta, que el basurero compacte la basura en la esquina de tu casa, en la que ningún programa de tele te entretiene, en la que querés largar todo a la mierda pero, estas tan metido en el quilombo, que te quedás en el molde, no vaya ser cosa que tengas que cambiar algo de lo que se venía dando.
Es la terrible edad en la cual empezas a darte cuenta que aquello que odiabas de tus padres ahora lo tenes vos: de pronto te encontrás diciendo cosas que dicen ellos, que hacen ellos, y, lo que es peor, que piensan ellos.  
Los 30 es la edad en la que, en algún momento, si sos hombre, vas a tener que decir la mentirosa como patética frase: “Te juro que es la primera vez que me pasa”, mientras buscas en las páginas amarillas un encantador de serpientes que logre ponerte  dura la p...   
Cuando llegás a los 30 tomás conciencia que sos parte de esa generación que no conoció la psicología ni las teorías pedagógicas modernas en donde al alumno hay que comprenderlo. Nosotros fuimos educados en el más estricto conductismo y nuestra mas tierna compañera de la infancia fue la culpa, que tanto hizo por nosotros y la civilización occidental y cristiana.
            Cuando tus viejos te llevaban a la casa de algún amigo de ellos, te cagaban a pedos antes para que no tocaras nada, y, si por esas desgracias, se te ocurría portarte mal, a la vuelta, te cagaban a palos, porque tenían como dogma de fe aquella máxima que reza: la letra por la sangre entra.
            Si la maestra los mandaba a llamar lo primero que te decían en casa, con tomo más que intimidatorio, era: ¿Qué mierda hiciste? Y, cuando comprobaban que no habías hecho nada, igualmente te amenazaban diciendo: “mejor que no te mandes ninguna cagada en el colegio, ¿escuchaste?”
            Hace casi 30 años, era la época en la que los maestros tenían razón, los vecinos tenían razón, los amigos de tus viejos tenían razón, tus abuelos tenían razón, el carnicero de la vuelta tenía razón, y la única razón que tenías vos para seguir viviendo, era que algún día ibas a crecer e ibas a poder hacerle miserable la vida a otras personas. De mas está decir que nunca jamás te daban razones de nada y todo se hacía porque lo decía alguien cuya fuente de autoridad residía en golpear la mesa y decir: “¡esta casa es mía y yo hago lo que quiero!”.
            Esta generación nació con la televisión color. Muchos de nosotros vimos nuestro primer culo en la primavera alfonsinista, mientras el país se preparaba para Carlos Saúl I. Nos calentábamos viendo a la bebota decir: “¡Maestro! Soy muy fea!”.  Noemí Alan amenazaba con sacarse la tanguita, mientras a nosotros, nos amenazaban con rompernos la cabeza si no nos tapábamos los ojos mientras nuestro viejo seguía viendo ese escultural cuerpo hoy ya devaluado.  
            Descubrimos que “alcoyana-alcoyana” era más que un juego de cubrecamas y Mesa de Noticias nos enseñó lo que era el humor de verdad, muy distinto al que vendría luego, que sería grosero, poco inteligente y sobre todo, poco gracioso.
            Nacimos sin Internet ni celulares: para comunicarnos, tocábamos el timbre de la casa de nuestros amigos y los invitábamos a ir a la plaza en donde, por un rato, estábamos lejos de la mirada de nuestros padres.
            Cuando empezamos la adolescencia llego Miami a la Argentina y creímos que nos podíamos comprar el mundo. El mundo nos compró a nosotros y nos vinimos a enterar que todos teníamos la vida hipotecada para siempre.
            Los 30, son una edad extraña: la conciencia de lo que fue, de lo que es, y de lo que puede llegar a ser nos angustia. Sin embargo, a esta edad, solo algo es seguro: ya has sumado pruebas suficientes de que la vida es una mierda.

martes, 13 de marzo de 2012

Por un puñado de dólares

 
Para aquellos que hemos decidido vivir al margen de la sociedad de consumo, cada vez nos es más difícil hacerle entender, al resto del mundo, que las ofertas nos importan tres carajos. Cuando uno ha optado por ser un miserable y exprimir al máximo los recursos que nos ofrecen la basura propia y ajena, el “Fiestón de Liquidación” de Falabella poco nos dice a nuestras vidas.
“Liquidación”, “Rebaja”, “Mitad de precio” o los temidos como extranjerizantes: “50% off” o el nunca bien ponderado “Sale”, suelen pasar inadvertidos ante nuestros ojos que solo buscan preciosos desperdicios frenéticamente en conteiners o en pilas de desechos esperando encontrar allí algo que, si bien no nos servirá para nada, por lo menos nos adornará la casa.
Convencido que la primera peor desgracia del mundo es el banco (si ustedes creían que era Menem debo confesarles que… tan lejos no estaban..), y que junto con ello, sobreviene la segunda peor desgracia del mundo que es la tarjeta de crédito, logré vivir, 31 años de mi vida, sin la generosa presencia de la misma en mi billetera.
El crédito no ha sido mi fuerte y ante el violento comentario perpetrado por amigos, vecinos, compañeros de trabajo, cerrajeros circunstanciales que visitan mi puerta y cuidadores de cementerio, de: ¿por qué no te lo comprás? (hablando de productos que van desde un cepillo de dientes hasta un tractor para arar mi balcón),  la respuesta ha sido siempre la misma: “Porque no tengo plata”. Por supuesto que el mundo capitalista se empeña en disfrazar la cruda verdad con un: “Pagalo con la tarjeta”, a lo que le sigue, indefectiblemente un: “No tengo”.
La perplejidad en la que suelen sumirse los antes mencionados ante tal revelación, solo es comparable a la cara que pondríamos si nos enteráramos que nuestros funcionarios son no solo inteligentes (que ya sería demasiado) sino además de eso honestos.
Permanecer invicto ante la tentación es difícil. Ya lo sabia esto el angélico Antonio que, habiéndose ido al desierto para escapar de la sensualidad del mundo, veía materializarse delante de sus ojos hermosas mujeres que no eran mas que el diablo, o, lo que es peor, simplemente mujeres que, siempre e indefectiblemente, son el diablo. La época de San Antonio abad no conoció las delicias del Shopping por lo que, con esas hermosas mujeres, la única desgracia ante la cual podía sucumbir era darles murra y fabricarles un crío. Santo Tomás de Aquino era amante de la comida y nada lo llevaba mas a la perdición que un hermoso, crujiente, especiado y adobado lechoncito que, solía comérselo con prisa y sin pausa, siguiendo los preceptos del santo Padre (no el Papa sino mi viejo), precepto que enseña: “hay que comer rápido para comer el doble que el resto”.
Como los grandes santos resistí… resistí todo y cuanto pude, pero como en el amor, “la tentación fue mas fuerte”.  
El año pasado, instigado por la señorita que me vendió  mi pasaje a Italia, me vi obligado a sacar mi primer y única tarjeta de crédito que, según ella, me permitiría el ingreso al país que había ya visitado dos oportunidades anteriores y con el cual guardo, no solo una relación de cercanía de sangre, sino de pertenencia por reconocimiento de ciudadanía. Como era de esperar, al llegar al aeropuerto de Roma, lo que menos me preguntaron era si era o no poseedor de una tarjeta de crédito. Solo estaban interesados en saber si había participado, en mis dos visitas anteriores, de algunas de las fiestas del “Cavalliere Berlusconi” y, si pensaba asestarle un tiro en la cabeza al Papa. Al escuchar mi rotundo “no” a la segunda pregunta y un enérgico “si” a la primera, me sellaron el pasaporte y me dispuse a gozar de mi estadía en la península itálica si es que el calor y la tarjeta de crédito que me acababa de meter bien adentro del orto me lo permitían.
Vuelto de aquel viaje, al disponerme a darle de baja al ansiado plástico crediticio, mi madre me convenció de que no lo hiciera para poder con el pagarle las entradas de dos ancianos artistas españoles que no solo cantaran juntos en abril de este año en toda la argentina, sino que juntos, se llevarán para España, aviones cargados de dólares.
Monté en cólera cuando me percaté que, por sacar las entradas con tarjeta de crédito, las mismas me costarían un 25% más, lo que hizo que, apenas terminé de pagar la ultima cuota (que por cierto fueron solo 3) me dispusiera a darle de baja a la ya odiada carta de crédito.
Me dirigí al banco, henchido de orgullo y con un odio contenido solo comparable al que experimentan los habitantes de argentina al recibir la factura de servicios sin subsidio (que conste que soy uno de ellos) y, con la tranquilidad propia de un monje tibetano me senté delante del boludo de turno que iba a tramitarme la baja y le dije modulando y separando en sílabas las palabras “QUIERO DARLE DE BAJA A LA TARJETA”. El empleado-gerente-hijo de puta que me atendía, sufrió un colapso nervioso, entró en coma 4, tuvo tres convulsiones y, reacomodado en su silla, clavándome la mirada (confieso que por un momento temí que me comiera la boca) me dijo: “Pero… ¿por qué???!!” En un acto de valentía le respondí: “porque si”.
Nuevamente el banquero, devenido en paciente cardíaco, sufrió otra convulsión, se revolcó por el piso, reptó cual poseso y yo, en ejercicio plenipotenciario de mis dotes de exorcista, le dije: “por mas que escupas fuego por el culo, yo a la tarjeta del doy de baja”.
Se sentó, se acomodó la corbata, empezó a hacer de cuenta que escribía en la computadora y me dijo: “Pero… ¿estás seguro?. “Si”, le respondí secamente, orgulloso de si monosilábica contestación. Luego de eso siguió un extenso monólogo del banquero loco que intentó convencerme de los desmedidos beneficios a los que me exponía al poseer una tarjeta. Cuando concluyó con su exposición, que fue tan larga como le discurso de Cristina y tan poco trascendente como el mismo, lo miré y, con un gesto amenazante, le dije calmado pero enérgico: “Todo muy lindo, pero, dale de baja”. “Pensalo”, me dijo él rápidamente, respuesta que uno esperaría de una novia a la que le está comunicando que la va a dejar por oler a roquefort y por tener las tetas caídas. Yo, en pleno uso de mis facultades relajatorias mentales le dije: “Ya lo pensé. Dale de baja”. Luego siguió otro eterno discurso que me esforcé en no escuchar. Cuando hubo concluido secamente le dije: “¡Primero fue el SUBE ahora, llega la BAJA!”.
Habiéndose dado cuenta el dañado banquero que mi decisión era inamovible, decidió hacerme firmar “aquí”, “aquí” y “aquí” para terminar de una vez con todas con ese vinculo que me unía al crédito. Cuando estaba en pleno proceso de anulación, volvió a mirarme y, muy suelto de cuerpo, me dijo: “¿Sabías que tenes un crédito aprobado por 40000 pesos?”. Por suerte, no hizo falta contestarle. Me miró, miró hacia ambos costados, miró la computadora y, hablando con los labios de costado como un espía ruso suelto en New York, o, lo que es peor, como una persona que acaba de sufrir un ACV, dijo tímidamente: “¿Lo que dije es una pelotudes, no?”. Solo moví la cabeza afirmativamente y di por finalizada la cuestión.
Pero, cuando uno piensa que ya ha sido todo, llega lo peor. El capitalismo sabe como vengarse. El banquero me dijo: ahora con estos papeles vas, sacas número para la caja, y los haces sellar. Yo me di vuelta sobre mi mismo, vi a una gran multitud congregada y, con un tono que manifestaba mas un deseo que una confirmación, le pregunté: “¿Toda esa gente, no está para la caja, no?”. Ustedes se imaginarán la respuesta. Lo único que les puedo decir es que tenía solo a 180 personas adelante mío (lamentablemente no estoy exagerando). Y ahí, sentado en el hall del Banco Francés, triste y desamparado, empecé a cantar ese hermoso tango que dice: “Tirao por la vida, de errante Bohemio, estoy Buenos Aires, anclado en París, curtido de males, bandeado de apremios….”
¡QUE VIDA DE MIERDA!