martes, 11 de septiembre de 2012

Fue la lucha, tu vida y tu elemento

Mientras se apagaba de fondo la melodía del himno a Sarmiento, corrí desesperadamente por el pasillo de la escuela en busca de mi merecidísimo como justificado regalo del día del maestro. No es que uno trabaje para recibir algún tipo de recompensa, pero, si la tarea que se desempeña dentro del aula que no es otra que arrancar “de la noche de ignorancia” a los educandos, viene acompañada de cierto reconocimiento simbolizado por un bien de consumo, la tarea se hace mas llevadera y digna.
Entré al aula al grito de: “Dónde está mi regalo!?, carajo mierda!!”. Mis compañeras de trabajo, asustadas, hicieron emerger de uno de los armarios una bolsa, una pequeña bolsa, que guardaba en si misma, el gusto y la alegría de la promesa y el sinsabor de la desilusión.
Pensé que tal vez, y solo esta vez, el regalo sería algo que valdría el esfuerzo realizado durante tantos meses y siendo que, como afirman algunos, lo bueno viene en frasco chico, seguro de la victoria, asomé mis narices en la bolsa esperando encontrar la gargantilla sustraída por Moria en Paraguay o, porque no también, un poco de poxiran.  
Miré, volví a mirar… seguí mirando y, lleno de temor y temblor, como escribió Kierkegaard, exclamé: “LA PUTA MADRE QUE LO PARIÓ”.
Una lapicera, una triste, pobre, lamentable, denigrante y putísima lapicera. Meses de contención de ira, meses de homeopatía, alopatía, alopecia, hipocondría y plan de manejo del fuego para que me regalaran una insignificante, pequeña, compacta e inútil lapicera que encima, lleva cartuchos que salen mas caros que 200 piezas de sushi.
Años de estudio, perfeccionamiento, horas de vida gastadas en corregir mierdas y poniendo carita de contento delante de los padres mientras se repite como si fuera un tango: “su hijo tiene mucho potencial, es un diamante en bruto”, cuando uno en realidad sabe que el hijo efectivamente es un bruto y que del diamante no hay noticias, para que en un gesto de impiedad absoluto digno de  un jerarca nazi, un hijo/a de puta que lo único que hace es ir de la casa al shopping, haya comprado, para este pobre trabajador de la educación argentina una reverenda y puta lapicera y encima de color ROJO que me transforma en “Mirtha la puta alegre del barrio de Balvanera”.
A mi, como decía el negro Fontanarrosa, “la vida me engañó” o, como dice mi primo sin pelos ni en la lengua ni en las manos: “Dios me cagó encima”.
Si la prima de Brandoni en “Esperando la carroza” tenía 3 empandas para comer.. tres empanadas que le habían sobrado de la noche anterior, yo ahora, menos afortunado que esa mujer, tenía una lapicera, una puta, plegable, minúscula, cara, indigesta y ROJA lapicera para escribir en el cuaderno de comunicados de todos mis alumnos: Queridos padres, quería agradecerles por el bello obsequio que me han hecho para el día del maestro y decirles que me gustaría meterles a todos y a cada uno de ustedes la lapicera que me han regalado bien adentro del orto para que puedan escribir en su intestino un bello poema que podría llevar de título: Me gusta cagarle la vida a la gente. Con afecto Javier”
Don Bosco escribió que la “Educación era cosa del Corazón”, porque sabia que cada vez que  llega esta fecha, a mi me agarran pequeños infartos, no mortales, que me hacen acordar que estoy tan pero tan meado por los perros que no me da ni para morirme de una vez por todas así paro de sufrir.
Una lapicera: ese es lo que vale, al sentir de tanto padre, el trabajo abnegado que uno realiza en el aula con sus hijos mientras podría estar atendiendo un kiosco de diarios, amasando pizza o simplemente vendiendo droga, trabajos mas dignos, por cierto, que el tratar de educar a una multitud de inmundos ignorantes que leer no leen pero que otras cosas las hacen… y las hacen de mil maravillas y siempre más que uno.
Dicen que la docencia es un sacerdocio. Si yo hubiera querido ser sacerdote hubiera entrado al seminario no al profesorado. ¿Tan difícil era dibujar una sonrisa en la cara de este pobre docente argentino, profesional, propietario soltero y sexy,  con un regalito mas útil, mas “presentable”, respetable y codiciable que esa inmerecida, inconsistente, incomparable e inútil lapicera roja y gastando, aunque mas no fuera, la misma cantidad de dinero? ¿Tanto nos cuesta ver feliz a la gente que nos empeñamos en hacerles mierda la poca dignidad que les queda regalándoles un elemento que no sirve siquiera para rascarse la espalda o sacarse la cera de los oídos? ¿Puede haber tanta maldad en este mundo como para devastar una vida que ya está lo suficientemente devastada por la inclemencia del destino?
Con dignidad, y haciendo un esfuerzo, tomé la lapicera en mis manos, miré fijamente a mis alumnos y les dije: QUE LINDA LAPICERA QUE ME COMPRARON SUS PAPIS!! DIGANLES A TODOS QUE MUCHAS GRACIAS!! Por dentro pasaban imágenes de películas que deberían ser de Rambo porque me imaginaba a mi mismo matando con una ametralladora a esos padres de mierda.
Llegué a casa y sonó el celular: era mi amiga que, también docente, me anunciaba que le habían regalado una cartera, un par de zapatos y una camisa. Colgué el teléfono sin dar mayores explicaciones. Abrí el primer cajón del placard. Allí estaban los regalos de los años anteriores: un cinturón y una billetera. Los dejé a ambos en compañía de la lapicera roja. Cerré el cajón y resignado me puse a cantar: ¡Gloria y loor! ¡Honra sin par,  para el grande entre los grandes, Padre del aula, Sarmiento inmortal! 
¡Que vida de mierda!




1 comentario:

  1. Claramente, una de los mejores ensayos que deberían quedar en los anales samientinos. Qué regocijo leer tan bellas líneas.

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