Sin lugar a dudas mi infancia fue modesta. Supe contentarme, desde la más tierna edad, con pequeñas y simples cosas que llenaban mi existencia: un pedazo de tela en desuso se transformaba en la capa de Superman, de Batman, del Zorro y porque no, adelantando los nuevos tiempos, en la de la Mujer Maravilla ; un reloj roto indicaba la hora actual, o aquella que se mantenía en constante movimiento a través de mis fantásticos viajes en maquinas del tiempo soñadas o, si la circunstancias lo requería, no era mas que un tecnológico transmisor ruso, abuelo del celular. Todo esto, junto a algún que otro juguete conformaban el ejército de mis bienes mas preciados que, invariablemente, se combinaban para ser protagonistas de mis juegos, siempre teñidos de mucha imaginación.
Nací con la tele color, con la navidad con huevos rellenos que no conoció las sutilezas de la champaña y con juguetes que, si se rompían, provocaban indefectiblemente tétanos.
Como por aquel entonces la wikipedia no se había inventado, todo niño que se preciara de tal debía realizar si o si sus deberes escolares con dos infaltables de cualquier casa de familia: ANTEOJITO o BILLIKEN. En casa recibíamos la primera porque, a decir de mi santa madre, la segunda era “poco profunda y estaba llena de pelotudeces”.
Una vez por semana la ansiada revista se asomaba por debajo de la puerta. Ojeábamos la publicación con el entusiasmo tal de toda una generación que no conoció la Internet.
La revista partía de la idea de “repetición” como motor del aprendizaje: en un año podía haber unas 3 tapas con Cristóbal Colón que no era otro mas que Anteojito con peluca carré (una mezcla de Rafaella Carrá con la sota de basto disfrazada del zorro) o unas 5 entregas con un Sarmiento con cara de figurita con un invariable pizarrón verde de fondo que recreaba la atmósfera áulica que uno tanto aborrecía.
Sin embargo, había un número en el año que transformaba el halo mágico que la revista de por si ya tenía en el portal de acceso a lo sagrado. Invariablemente, para el mes de diciembre, llegaba “el pesebre para armar” que era un conglomerado de las figuras del nacimiento con unas líneas punteadas con una leyenda que rezaba: “cortar por aquí”. Montar la escena del Belén era una tarea titánica. Primero cortar, después pegar, agregar yerba, algodón, papel glasé metalizado, tempera, polenta, porotos, utilizar lápices de colores, agregar más pegamento, un poco de cartulina, etc. A juzgar por la hiperinflación que azotaba al país, el pesebre más que ser un objeto de culto se transformaba en un bien de cambio. El gasto de producción equivalía a 3 kilos de asado. Por supuesto que, ninguno de los materiales antes mencionados y la juiciosa como habilidosa mano de mi madre, lograban transformar ese pesebre en algo distinto a una cagada que además tuviera alguna lejana similitud a la escena que intentaba recrear. A las pocas horas de haber pegado todas las figuras la Virgen Santa comenzaba sufrir “tortícolis”, a San José le agarra escoliosis, el niño Dios se parecía mas a un vitel toné que a una persona y los reyes magos quedaban sepultados bajo el algodón que era el único que no se apelmazaba. Si esta monstruosidad se armaba el 8 de diciembre, para el 12 ya teníamos un grado de putrefacción tal, debido a todos los productos imperecederos que resultaban ser mas perecederos de lo que se sospechaba, que el establo original, con bosta y todo, era un sitio mas acogedor para un nacimiento que la maqueta del tren fantasma que habíamos montado gracias a la preclara idea de Don Manuel García Ferrer. Así y todo, ya habitante de las profundidades del tacho de basura, el pesebre, ícono del glorioso milagro de la encarnación del verbo, conservaba, inmutable y sereno, su fondo azul estrellado. Había algo en el que se resistía a formar parte de la montaña de desperdicios del Cinturón Ecológico: ese fondo con estrellas que alumbraban el parto virginal de Nuestra Señora permanecía en medio de la hediondez propia de la polenta que, si bien no era vómito, lo disimulaba demasiado bien.
Antes, otros artistas de cuyo grupo ni mi madre ni yo formábamos parte, habían descubierto el secreto. Leonardo había pintado a su plácida Gioconda sobre un fondo inquietante. Mientras ella sonríe como quien está siendo sutilmente violado con un palo enjabonado, detrás, muy detrás de ella, se agita un paisaje que está en movimiento y que pertenece, tal vez, al mismo infierno. La Gioconda no está en el, y este, no forma parte de la Mona Lisa. Sin embargo, ella y el, mujer y fondo, se han unido en casto matrimonio dando lugar a una de las obras mas estudiadas por los catedráticos y odiadas por los miles de turistas visitantes del Louvre que descubren su exiguo tamaño y su color marrón caca que genera mas que fascinación un profundo desagrado.
Esta semana vi, una mil veces, la pseudo-conferencia de prensa de mi amigo Ricardo Fort con un fondo “Miami” que le daba al ya patético cuadro un tinte “menemista” imposible de desmentir. Fort no estaba en Miami pero su declaración jurada delante del público tenía como telón de fondo unas hermosas palmeras agitadas por el viento.
Susana transformó los fondos en protagonistas indiscutidos de sus programas televisivos. En la época en que se sentaban en su living personajes tales como Anthony Quinn o la mismísima Sofía Loren (no como ahora que sienta a Wanda Nahra y a Daniel Agostini) su fondo “ciudad de noche” daba el tono a toda la escena. Por supuesto que esa ciudad no era la Misteriosa Buenos Aires, en palabras de Mujica Lainez, sino una iluminada New York con Torres gemelas y Empire State incluídos.
Ayer, una vomitiva Maria Nannis, símbolo del capitalismo pornográfico, apareció en los medios “conferenciando” desde ¿Buenos Aires? pero con un “Milán” fondo que la constituía en un ñoqui mal amasado del mundo del espectáculo autóctono.
A lo largo de nuestra historia televisiva tampoco faltaron periodistas que incursionaron en este arte de transformarse en figuras recortadas de un pesebre no viviente: “Hora Clave” lució, en su temporada de canal 9, una ventanita que dejaba entrever una ciudad de fondo, escena mas de Hitchcock que de la profunda tradición periodística de este país que siempre se ha servido de dos o tres potus como decorado.
Ahora, nos preguntamos: ¿es necesario? ¿es realmente necesario? ¿Qué perversión oculta posee una persona que no satisfecha con su cara, que es en si todo un paisaje, agrega a su siliconada figura un paisaje de un lugar en donde no se encuentra? ¿Tener a Miami de fondo nos hace más importantes o más felices? ¿Serán tan inteligentes que habrán comprendido como el gran Fefé (Fellini) que para hacer una verdadera ficción hay que hacer notar que de ello se trata?
Vuelve a mi memoria la trascendente pregunta de “E la nave va”: dove va tutta questa gente? (¿dónde va toda esta gente?). El mismo relator de dicha película (película que muestra como ninguna lo ficticio de la ficción y lo ridículo de la pretensión de verosimilitud) la contesta: TODA ESTA GENTE, NO VA A NINGUNA PARTE.
Si como cree Fellini la ficción es un ícono de la realidad, ¿por qué Mariana, Susana, Ricardo, Grondona y quien soronga sea no se sinceran con ellos mismos y con nosotros y ponen de una vez por todas una montaña de caca a sus espaldas? Tal vez así, ya sin duda alguna, sabremos todos, cabalmente, que ellos sí que tienen una VIDA DE MIERDA.
Una vez más, estupendo. Me siento re hueco. Debería comprar la revista Hola o Para ti, siendo que de pequeño me gustaba mucho más Billiken...?
ResponderEliminarSON LA 1.30 DE LA MADRUGADA DEL SÀBADO... PAREZCO LOCA RIENDOME A CARCAJADAS ¡¡¡¡ SOS UN GENIO ¡¡¡ME ENCANTA LA DESCRIPCIÒN DE LA REALIDAD (LA PASADA Y LA ACTUAL) GENIO ¡¡¡ GENIO ¡¡¡
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