martes, 12 de abril de 2011

Línea D

Tres latas de porotos por día durante quince días, acompañadas por una dieta de hamburguesas, salchichas y otros alimentos de rápida descomposición. Para mí, lo del subte D ya era personal.
Antes uno podía viajar cómodo. Es más, la D iba para Zona Norte y tenía asientos de terciopelo, no como la A que era de madera. Pero ya no. Viajar en subte se convirtió en una especie de martirio necesario. Uno se sube pensando “llego embarazado, pero tarde no”. Yo, que por alguna razón siempre trato de ponerme del otro lado y justificar el sufrimiento, traté de explicarlo de una forma lógica… ¡Y pude! Aparecieron en mi cabeza frases como – La gente tiene que ir a trabajar y el subte es la forma más rápida – o – Con la crisis económica todos tuvimos que acortar gastos y buscar formas baratas de viajar –. Pero claro, en la acortada de gastos entró también el agua de la ducha del hippie ese con olor a culo, o los auriculares del pendejo que escucha cumbia a todo volumen directamente desde su celular… que ahora que me fijo parece bastante caro. Pero nada justifica el considerar si untarme vaselina antes de salir de casa a ver si entro más fácil, o las ganas de poder flotar en el aire cuando el vendedor ambulante ciego sin brazos deja en claro que va a llegar a la otra punta del vagón sea como sea.
Hubo una época en la que yo era todo un señor. Claro, estaba yendo a la facultad. Estudiaba teatro, me pasaba seis horas seguidas parado, más dos de ida y dos de vuelta. Y, a pesar de todo eso, dejaba sentarse a las viejas esas de mierda que hoy son capaces de hacerte una toma de karate por agarrarse del caño. Se liberaba un lugar y, si había alguien más, le decía “sentate vos, yo ya me bajo”. Era un boludo. Pero al menos tenía lugar en el vagón para hacer aqua-dance si tenía ganas. Hoy en día no. Hay veces que estoy tan apretado que me olvido de quien soy y me siento como los ravioles cuando los pongo a cocinar y me cuelgo viendo la tele. Queda como un pan dulce hervido que en vez de frutos secos viene con ricotta. Ahora es distinto. Ahora está todo mal. Ahora la gente te mira desde adentro del vagón como diciendo “vení, trata de entrar y vas a ver como no podes. Dale, animate. Si tenes suerte quedas desfigurado contra la puerta y yo tengo un lugar para apoyar el bulto. Trata de subirte, dale”.
Tres latas de porotos por día durante quince días, acompañadas por una estricta dieta de hamburguesas, salchichas y otros alimentos de rápida descomposición. El timbre que suena antes de que se cierren las puertas alcanzó casi por completo para camuflar el pedo que veía incubando desde hace dos semanas. El poco oxígeno que quedaba en ese vagón fue rápidamente reemplazado por niveles ampliamente tóxicos de nitrógeno y metano, y yo logré saltar en el momento justo antes de que las puertas me encerraran en la cámara de gas. Se van todos a la mierda, yo hoy viajo en colectivo.

martes, 22 de marzo de 2011

Comprobaciones de la vida cotidiana

El último censo realizado en la republica argentina, ha revelado que 10 de cada 9 argentinos consideran que su vida es una mierda.

Me negué durante muchos años a aceptar la triste realidad: la vida no solo es poco apasionante, sino que además, es poco interesante. La única aventura a la que uno puede aspirar en el transito por este mundo es que te maten en la calle cuando están las cámaras de “Crónica TV”: siendo que uno lo logró nada de vivo, por lo menos que logre entretener de muerto.

Cuando era adolescente creía para los 30 años, como mínimo, iba a ser gerente de algún banco importante o director de una multinacional. Con 31, me di cuenta que eso solo le pasa a otras personas, y ahora, me resigne a ser soy docente. ¿Se puede caer mas bajo?

Caí en la cuenta que solo acceden a esos estándares de vida quienes, redondamente, entregan su humanidad en una inmolación sexual-laboral. Pensé que la idea podía funcionar hasta que me vi al espejo: para lo único que puedo usar este cuerpo es para donarlo a la ciencia, y creo que ni ahí lo quieren. La naturaleza no fue generosa conmigo… es mas: creo que se ensañó. A mi, Dios me cagó encima!

Cuando uno llega a los 31 años y se da cuenta que lo único “loco” que le puede pasar en la vida es que le den dos semanas de Movie City gratis, solo por el hecho de que se equivocaron y no porque fueron generosos, te sentás a esperar la muerte y la jubilación, deseando que la muerte llegue antes para que no te mate la liquidación de los “años de aportes”. Pero claro: uno tiene tanta mala suerte que seguro que vive hasta los 90 años y la vida se hace un eterno existir que viene de la nada, va a la nada, pero que necesita de pañales descartables para seguir “disfrutando”.

Todos los días la vida se nos caga de risa en la cara, y uno recuerda que, por mas que a veces te vaya bien, inexorablemente, te va a terminar yendo para culo. Porque la vida, no me canso de insistir, ES UNA MIERDA.