martes, 13 de marzo de 2012

Por un puñado de dólares

 
Para aquellos que hemos decidido vivir al margen de la sociedad de consumo, cada vez nos es más difícil hacerle entender, al resto del mundo, que las ofertas nos importan tres carajos. Cuando uno ha optado por ser un miserable y exprimir al máximo los recursos que nos ofrecen la basura propia y ajena, el “Fiestón de Liquidación” de Falabella poco nos dice a nuestras vidas.
“Liquidación”, “Rebaja”, “Mitad de precio” o los temidos como extranjerizantes: “50% off” o el nunca bien ponderado “Sale”, suelen pasar inadvertidos ante nuestros ojos que solo buscan preciosos desperdicios frenéticamente en conteiners o en pilas de desechos esperando encontrar allí algo que, si bien no nos servirá para nada, por lo menos nos adornará la casa.
Convencido que la primera peor desgracia del mundo es el banco (si ustedes creían que era Menem debo confesarles que… tan lejos no estaban..), y que junto con ello, sobreviene la segunda peor desgracia del mundo que es la tarjeta de crédito, logré vivir, 31 años de mi vida, sin la generosa presencia de la misma en mi billetera.
El crédito no ha sido mi fuerte y ante el violento comentario perpetrado por amigos, vecinos, compañeros de trabajo, cerrajeros circunstanciales que visitan mi puerta y cuidadores de cementerio, de: ¿por qué no te lo comprás? (hablando de productos que van desde un cepillo de dientes hasta un tractor para arar mi balcón),  la respuesta ha sido siempre la misma: “Porque no tengo plata”. Por supuesto que el mundo capitalista se empeña en disfrazar la cruda verdad con un: “Pagalo con la tarjeta”, a lo que le sigue, indefectiblemente un: “No tengo”.
La perplejidad en la que suelen sumirse los antes mencionados ante tal revelación, solo es comparable a la cara que pondríamos si nos enteráramos que nuestros funcionarios son no solo inteligentes (que ya sería demasiado) sino además de eso honestos.
Permanecer invicto ante la tentación es difícil. Ya lo sabia esto el angélico Antonio que, habiéndose ido al desierto para escapar de la sensualidad del mundo, veía materializarse delante de sus ojos hermosas mujeres que no eran mas que el diablo, o, lo que es peor, simplemente mujeres que, siempre e indefectiblemente, son el diablo. La época de San Antonio abad no conoció las delicias del Shopping por lo que, con esas hermosas mujeres, la única desgracia ante la cual podía sucumbir era darles murra y fabricarles un crío. Santo Tomás de Aquino era amante de la comida y nada lo llevaba mas a la perdición que un hermoso, crujiente, especiado y adobado lechoncito que, solía comérselo con prisa y sin pausa, siguiendo los preceptos del santo Padre (no el Papa sino mi viejo), precepto que enseña: “hay que comer rápido para comer el doble que el resto”.
Como los grandes santos resistí… resistí todo y cuanto pude, pero como en el amor, “la tentación fue mas fuerte”.  
El año pasado, instigado por la señorita que me vendió  mi pasaje a Italia, me vi obligado a sacar mi primer y única tarjeta de crédito que, según ella, me permitiría el ingreso al país que había ya visitado dos oportunidades anteriores y con el cual guardo, no solo una relación de cercanía de sangre, sino de pertenencia por reconocimiento de ciudadanía. Como era de esperar, al llegar al aeropuerto de Roma, lo que menos me preguntaron era si era o no poseedor de una tarjeta de crédito. Solo estaban interesados en saber si había participado, en mis dos visitas anteriores, de algunas de las fiestas del “Cavalliere Berlusconi” y, si pensaba asestarle un tiro en la cabeza al Papa. Al escuchar mi rotundo “no” a la segunda pregunta y un enérgico “si” a la primera, me sellaron el pasaporte y me dispuse a gozar de mi estadía en la península itálica si es que el calor y la tarjeta de crédito que me acababa de meter bien adentro del orto me lo permitían.
Vuelto de aquel viaje, al disponerme a darle de baja al ansiado plástico crediticio, mi madre me convenció de que no lo hiciera para poder con el pagarle las entradas de dos ancianos artistas españoles que no solo cantaran juntos en abril de este año en toda la argentina, sino que juntos, se llevarán para España, aviones cargados de dólares.
Monté en cólera cuando me percaté que, por sacar las entradas con tarjeta de crédito, las mismas me costarían un 25% más, lo que hizo que, apenas terminé de pagar la ultima cuota (que por cierto fueron solo 3) me dispusiera a darle de baja a la ya odiada carta de crédito.
Me dirigí al banco, henchido de orgullo y con un odio contenido solo comparable al que experimentan los habitantes de argentina al recibir la factura de servicios sin subsidio (que conste que soy uno de ellos) y, con la tranquilidad propia de un monje tibetano me senté delante del boludo de turno que iba a tramitarme la baja y le dije modulando y separando en sílabas las palabras “QUIERO DARLE DE BAJA A LA TARJETA”. El empleado-gerente-hijo de puta que me atendía, sufrió un colapso nervioso, entró en coma 4, tuvo tres convulsiones y, reacomodado en su silla, clavándome la mirada (confieso que por un momento temí que me comiera la boca) me dijo: “Pero… ¿por qué???!!” En un acto de valentía le respondí: “porque si”.
Nuevamente el banquero, devenido en paciente cardíaco, sufrió otra convulsión, se revolcó por el piso, reptó cual poseso y yo, en ejercicio plenipotenciario de mis dotes de exorcista, le dije: “por mas que escupas fuego por el culo, yo a la tarjeta del doy de baja”.
Se sentó, se acomodó la corbata, empezó a hacer de cuenta que escribía en la computadora y me dijo: “Pero… ¿estás seguro?. “Si”, le respondí secamente, orgulloso de si monosilábica contestación. Luego de eso siguió un extenso monólogo del banquero loco que intentó convencerme de los desmedidos beneficios a los que me exponía al poseer una tarjeta. Cuando concluyó con su exposición, que fue tan larga como le discurso de Cristina y tan poco trascendente como el mismo, lo miré y, con un gesto amenazante, le dije calmado pero enérgico: “Todo muy lindo, pero, dale de baja”. “Pensalo”, me dijo él rápidamente, respuesta que uno esperaría de una novia a la que le está comunicando que la va a dejar por oler a roquefort y por tener las tetas caídas. Yo, en pleno uso de mis facultades relajatorias mentales le dije: “Ya lo pensé. Dale de baja”. Luego siguió otro eterno discurso que me esforcé en no escuchar. Cuando hubo concluido secamente le dije: “¡Primero fue el SUBE ahora, llega la BAJA!”.
Habiéndose dado cuenta el dañado banquero que mi decisión era inamovible, decidió hacerme firmar “aquí”, “aquí” y “aquí” para terminar de una vez con todas con ese vinculo que me unía al crédito. Cuando estaba en pleno proceso de anulación, volvió a mirarme y, muy suelto de cuerpo, me dijo: “¿Sabías que tenes un crédito aprobado por 40000 pesos?”. Por suerte, no hizo falta contestarle. Me miró, miró hacia ambos costados, miró la computadora y, hablando con los labios de costado como un espía ruso suelto en New York, o, lo que es peor, como una persona que acaba de sufrir un ACV, dijo tímidamente: “¿Lo que dije es una pelotudes, no?”. Solo moví la cabeza afirmativamente y di por finalizada la cuestión.
Pero, cuando uno piensa que ya ha sido todo, llega lo peor. El capitalismo sabe como vengarse. El banquero me dijo: ahora con estos papeles vas, sacas número para la caja, y los haces sellar. Yo me di vuelta sobre mi mismo, vi a una gran multitud congregada y, con un tono que manifestaba mas un deseo que una confirmación, le pregunté: “¿Toda esa gente, no está para la caja, no?”. Ustedes se imaginarán la respuesta. Lo único que les puedo decir es que tenía solo a 180 personas adelante mío (lamentablemente no estoy exagerando). Y ahí, sentado en el hall del Banco Francés, triste y desamparado, empecé a cantar ese hermoso tango que dice: “Tirao por la vida, de errante Bohemio, estoy Buenos Aires, anclado en París, curtido de males, bandeado de apremios….”
¡QUE VIDA DE MIERDA!

jueves, 1 de marzo de 2012

¡Tele, nada me debes! Tele, ¿estamos en paz?

“El tiempo es oro”, dijo Benjamín Franklin desconociendo ser el autor de dicho pensamiento, que, al enterarse de la autoría del mismo, vendió su Montreal que le había regalado Mitha en el Almuerzo número mil al que había sido invitado, y partió a comprarse la  casa en Acapulco que desde niño había soñado tener. No solo no se compró la casa debido al valor exiguo de su maquina para medir el paso del tiempo, sino que además llego tarde a la Declaración de la Independencia del país del norte gritando, ante los padres fundadores, un enérgico “¡Carajo mierda!”.
Quien escribe, siempre estuvo en desacuerdo con ese pensamiento: el tiempo es solo tiempo y el oro, solo oro. Claro que, entre el oro y el tiempo, prefiero el oro: mas vale vivir poco y ser rico, que vivir mucho y no poder viajar a Miami para comprarse ropa forrada en lentejuelas.  
Día tras día vemos como se invierte una suma millonaria de segundos en debates que más bien parecen ser luchas intestinas entre facciones políticas o religiosas enfrentadas. La Masacre de Ezeiza o la Matanza de San Bartolomé que provocó en Francia unos 8000 muertos parecen juegos de infantes ante la violencia con la que “dicen las verdades” conductores de TV, opinólogos de turno, panelistas matriculados, plomeros degenerados y participantes de Realitys cuyo único merito consiste en haberle practicado sexo oral a algún productor de turno que “acabó” por poner a dicho personaje en la maquina de picar carne televisiva.
Horas de análisis sobre comportamientos de personajes tan poco pintorescos y a su vez, tan poco conocidos, que la meditación sobre la cantidad de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler (discusión popularizada por los teólogos bizantinos del siglo XV), resulta menos soporífera que dicho narcótico mediático. Hordas de Doctores Freud que recorren los canales implementando el nuevo plan del gobierno K: “Psicoanálisis para todos” que persigue como fin que, a la hora número 15 de observar, comprender e interpretar el comportamiento de un ser humano encerrado en una casa, estudio, teatro o simplemente suelto en la playa de la temporada marplatense, te extiendan un título universitario como “Psicólogo catódico” que te habilita como panelista de TV, analista económico y técnico de reparación de lavarropas. Putitas de compañías teatrales poco talentosas que se vuelven populares y conocidas a partir de atacar a sus mas putitas y menos populares compañeras de elenco, analizando, “siempre con la mejor” sus horrendas vidas, sus tortuosas relaciones personales y, la morbosidad de sus pares que, a juzgar por la excitación sexual que experimentan al exhibir sus suculentos pechos siliconados, intuimos que fueron violadas por sus padres con un sifón de soda en su mas tierna infancia. A todo esto se le suma la no menos interesante y poco creíble vida de “fans” de mediáticos que lo único “media” que han conocido son las “Silvana”, putos que ventilan sus revolcadas como si les interesara a alguien y que abren, al revelarse como tales, el closet en donde se encuentran bien guardadas las tendencias homosexuales de personajes que han fundado su carrera en hacerse los boludos.
El genio de Fellini al promediar la pragmática década del 80’, cuasi como un profeta contemporáneo, vio llegar la degradación de la TV. En su mas que recomendable y exquisita película “Ginger y Fred”,  Amelia (Ginger) llega a los estudios de televisión convencida de que su actuación será el punto álgido de un programa de variedades, y poco a poco se va dando cuenta de que en realidad se trata de un show en el que compartirá escenario junto a un grupo de enanos, un travesti, imitadores de segunda, un mafioso, un decrépito héroe de guerra, un cirujano plástico que realiza cincuenta operaciones diarias, un fakir que embaraza a las mujeres con la mirada, un fraile capuchino que vuela (ma non tanto) e incluso una vaca de dieciocho ubres: es decir: un circo que se alimenta del desperdicio humano con el fin de ocultar la cruda realidad en que vivimos y es que, la vida de por si es poco interesante, poco espectacular y poco trascendente. Las aventuras de Indiana Jones son ficción y los viejos de “COCOON” habían tomado viagra para poder filmar las escenas en las que saltaban como canguros.
Dejémonos de gritarnos cosas, dejémonos de acusarnos de crímenes que no hemos cometido, dejémonos de mostrar la tanga en televisión y por sobre todo, dejémonos de joder con tanta mierda. Apaguemos la tele, salgamos a caminar, a navegar, a jugar al tejo, o, en su defecto y si es que se tiene con quién, a coger, pero no tratemos mas de analizar lo no analizable, de vivir vidas que no son las nuestras, de creernos superiores por haber mostrado las partes en TV 7 veces en lo que va de la semana, y, por favor: dejémonos de jactarnos de nuestra ignorancia. Cuando Sócrates dijo: “solo se que no se nada”, no se mofaba de su incultura, sino que se reía en la cara de aquellos que se creían más por saber hacer dos o tres boludeces de mierda mejor que otros. ¡Si Sócrates viviera! Escupiría en la cara a todos aquellos que, alegres y regocijados en su ignorancia, fomentan el no saber como modo de vida y se ponen por encima de aquellos que, con fundamento, les dicen en la cara que son unos pelotudos.
Se que este llamado a la cordura cae en le vacío: la boludés un gran agujero negro que nos atrapa a todos y no deja que nos escapemos. Lo único que les pido y me pido es que, mientras llega la inexorable hora de transformarse es un imbecil, hagan el esfuerzo por aparentar que ello jamás llegará y sigan luchando, por recordarle al mundo entero que, mediática o no mediática, patética o glamorosa, para vos, para mi, y para todos, la vida sigue siendo una mierda.